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Los pesticidas

He visto una exposición de fotografías que mostraba seres humanos deformes, mutilados, caquécticos. Debajo de cada una de ellas, una breve historia. Son trabajadores o habitantes de las grandes extensiones de terreno de Sudamérica donde se cultiva el cereal, la soja, el algodón. Unido a la espeluznante imagen, el agente químico que potencialmente había causado el mal. Mutaciones genéticas fetales que daban lugar a bebés con malformaciones corporales desgarradoras. Enfermedades devastadoras que dejan los cuerpos emaciados como las peores imágenes de los campos de concentración nazis. La compañera con la que visitaba la exposición me dijo al salir. "Pero cómo puede ocurrir esto. Pero cómo se puede consentir. Voy a ponerme inmediatamente en contacto con la OPS ( la Organización Panamericana de Salud, dependiente de la OMS, un capítulo con gran tradición y fuerza en la salud pública)". Cada cartel era una acusación brutal contra los grandes fabricantes de pesticidas y herbicidas que los cultivadores están obligados a emplear para conseguir las cosechas y mantenerse en el mercado. Un mercado en manos de grandes productores que ha expulsado a los campesinos pobres, ahora mano de obra, esa mano de obra que deja, según aparece en esta exposición, su salud en el trabajo.

Los plaguicidas son sustancias o mezclas de sustancias que se utilizan en la agricultura para proteger a las plantas de plagas, malezas o enfermedades. Pero también en la salud pública para controlar las enfermedades transmitidas por vectores, como la malaria, el dengue y la esquistosomiasis. Los insecticidas, fungicidas, herbicidas, rodenticidas y reguladores del crecimiento de las plantas son ejemplos típicos. Otros usos son el mantenimiento de las zonas verdes y campos deportivos, los champús para mascotas, etc.

Gracias a los plaguicidas, a la selección de semillas y a los fertilizantes, podemos alimentar a toda la población mundial. Y sobran alimentos. Otra cosa es que la organización social lo permita o facilite. Y gracias a los pesticidas se controla, aunque no completamente, enfermedades infecciosas como la malaria, el dengue, que de otra forma serían devastadoras. Son substancias muy beneficiosas, pero también dañinas. Se han asociado problemas dermatológicos, gastrointestinales, neurológicos, cancer, respiratorios, reproductivos y endocrinos. Daños colaterales que sufren principalmente los más débiles de la sociedad. Aunque nos afecta a todos, pues estas substancias se encuentran en los alimentos, en el agua, en el aire.

La OMS dice que los plaguicidas son beneficiosos pero que también causan daño al medio ambiente y a la salud. Señala los convenios internacionales que proporcionan un medio para que los países protejan a sus poblaciones. Aunque concluye que falta información sobre la incidencia y las circunstancias de la exposición a plaguicidas, y sobre el impacto en la salud de la exposición.

Cómo podemos demostrar que esa mujer que camina sobre sus codos, la columna vertebral como una giba de dromedario, muñones por manos y pies, es víctima de los herbicidas que la empresa donde trabajaba su padre le pidió que echara. O ese hombre en un lecho de correas, la mirada atónita en el fondo de las cuencas de los ojos, las caderas prominentes, abultadas las rodillas, un hueco en el vientre, sufre una enfermedad emaciante por haber respirado pesticidas. Ellos, los fabricantes, los vendedores y los agricultores, exigen pruebas, lo mismo que los gobiernos para prohibir o controlar su uso. Pruebas, que en el caso del cáncer, comienzan por demostrar su mutagenicidad en laboratorio, su poder carcinogénico en animales de experimentación, y finalmente, lo más importante, estudios epidemiológicos que demuestren, con suficiente credibilidad, que los expuestos tienen con más frecuencia esa enfermedad. Muy difícil porque hay que reunir casos, caracterizar la exposición y controlar todas las variables que influyen en el resultado. En las fotografías se mostraban alteraciones diversas, espeluznantes, indignantes. Pero no vale ponerlas todas juntas: se exige especificidad. Tal substancia química produce esto, o esto y aquello. Y medir la exposición, en dosis, tiempo, ruta?

La tarea es tan grande que se explica por qué de la mayoría de las substancias químicas que empleamos no sepamos nada o casi nada. Salen al mercado con una evaluación teórica, unas pocas sufren algún escrutinio y contadas, estudios extensos. Escribí no hace mucho sobre el teflón. Contiene un compuesto, PFOA, que su fabricante, la Dupont, sabía desde hacía muchos años que podía ser dañino para la salud. Habían comprobado que se unía a las proteínas y persistía en el cuerpo, que se asociaba a malformaciones congénitas y posiblemente cáncer. Pero como la Agencia de Protección del Medio no les había exigido estudios, siguieron utilizándolo. Hasta que un abogado se empeñó en demostrar su peligrosidad. Ganó. La empresa tiene que compensar a las víctimas, numerosas.

Podría parecer vivimos en peligro. Nunca gozamos de tanta salud. La masiva exposición a compuestos químicos artificiales no resulta en un incremento apreciable de enfermedades. Esto no quiere decir que estemos libres de riesgo y que no debamos exigir más estudios, estudios que debe financiar el fabricante, y más control del uso de aquellas substancias que ya sabemos que son peligrosas. No basta confiar en que el Estado nos proteja. Tenemos que se exigentes.

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