Una voz suntuosa por la calidad tímbrica, el color, la extensión y la gran riqueza de emisiones. Montserrat Caballé fue primadonna assoluta de las casas de ópera con irradiación mundial. Heredera de su paisana Victoria de los Angeles, la más amada de las divas españolas, frecuentó el repertorio sopranil en todas sus vertientes expresivas y modalidades técnicas.

Magistral en el virtuosismo del belcanto, sus admirables melismas y fermatas pianísimo; sus filados de inagotable espectro dinámico; su dominio del lirismo francés e italiano; y su poder en la emotividad y el dramatismo veristas, la mantuvieron indestronable en las cabeceras de cartel de Milán, Viena, Berlín, Londres, Salzburgo, París, Munich y Nueva York, por citar los espacios más exclusivos.

Resistió en igualdad de rango la competencia con María Callas y titularizó un protagonismo exclusivo tras la retirada de ésta. Buscada por los más grandes directores y destinataria de famosas producciones escénicas pensadas para ella, supo mantener, por su rigor en el estudio y una vida de prioritario servicio a la música, la pureza de su vocalidad y el acierto en la integración de un repertorio equilibrado entre los títulos más populares y muchos de los olvidados, que rescataron el favor de los públicos gracias a las versiones de la cantante catalana. Era capaz de interpretar con la misma perfección las reinas inglesas de Donizetti y los roles más pesados de Puccini, exhibiendo en todos la excepcionalidad de una voz eminentemente lírica en partituras para soprano dramática, cuyos excesos canoros apenas afectaban el cristal del timbre.

Con formación alemana en en su juventud, dominó por igual el delicado lied romántico y los papeles trágicos de Richard Strauss, con incursiones en los personajes líricos de Wagner. Nada le era extraño, nada se resistía a su voz ni al aura de grandeza del canto. Sus servicios a la música española de concierto y escena, desde la elegancia de Granados y las inmateriales canciones de Monpou, hasta el hondo andalucismo de Falla y la majeza madrileña de otros grandes compositores, hicieron historia en el país y en las giras internacionales. Por fortuna, su legado permanece en una colección de grabaciones muy rica y variada. Las grandes fonográficas europeas y americanas registraban de inmediato todas las novedades que Montserrat incorporaba a su repertorio y siguen reeditándolas para deleite de admiradores y enseñanza de las nuevas generaciones.

Aquí, en Las Palmas, protagonizó con éxito arrollador algunas producciones de Amigos Canarios de la Opera. Los tenores y barítonos de sus repartos eran elegidos con cuidado, pensando en sus preferencias y en una idónea fusión vocal y teatral. Jaime Aragall y José Carreras le dieron réplica sobre el escenario del Pérez Galdós, en el que también ofreció conciertos acompañada al piano. Además, su empatía con el público canario rozaba a veces la campechana familiaridad. En una ocasión interrumpió entre risas el programa para pedir el cierre de una puerta de la sala que formaba una incómoda corriente de aire. Otra vez se enfadó muy seriamente por la información de una periodista de este diario sobre su dieta alimenticia. Amenazó desde la TV con no salir a cantar si no le daban disculpas, y puso a todos los organizadores al borde de un ataque de nervios. El aforo del Teatro estaba completamente vendido. Acudimos a disculparnos en la cafetería del hotel Santa Catalina, donde la superdiva y su esposo, el tenor Brnabé Martí, nos recibieron con expresión profundamente ofendida. Todo acabó en grandes risas y bromas, pues ambos eran personas encantadoras y joviales. Las funciones fueron clamorosas.

Era fama que, por su inmenso repertorio, olvidaba algunas frases de las arias, pero nunca de la música. Cierto o falso, su habilidad en las vocalizaciones de emergencia hacían indetectables las supuestas "morcillas" Su risa amplia y abierta, su alegría de vivir y cantar, y la plena seguridad en la belleza, la extensión y el poder de sus medios canoros completaban la admiración y el deleite de sus públicos. Fue una artista excelsa y popular, cercana y bienamada. Es un placer escuchar las palabas que le dedican los más grandes en los videos a ella dedicados. Colegas insignes como Plácido Domingo, Renée Fleming, Joan Sutherland , Marilyn Horne, Cheryl Studer y Elena Obratsova; o directores como Claudio Abbado, Zubin Metha y Rostropovich, hablan de Montserrat como lo que fue: una artista suprema. Y nadie, sean cuales sean las preferencias, podrá olvidarla cantando con Freddie Mercury el himno de los Juegos Olímpicos de Barcelona.

Por decirlo en una palabra, fue única. Ni antes ni después ha tenido el mundo una soprano tan completa, diversa, poderosa y seductora como ella.