Como enamorada de las Humanidades en general y de la Filosofía en particular, siempre he alertado del error que entraña y de la desgracia que supone la pérdida de importancia que padecen en los planes de enseñanza de nuestro país. A menudo se tachan de conocimientos inútiles, cuando en realidad es todo lo contrario. Sin embargo, en estos momentos en los que el ejercicio de la Política está a años luz de la ejemplaridad y los ciudadanos se debaten entre la pasividad y la protesta callejera, la Literatura, el Arte y la Historia enriquecen la mente y no profundizar en su saber supone un empobrecimiento colectivo que no nos podemos permitir.

La Filosofía, en concreto, es la puerta a la construcción de un pensamiento crítico, a la reflexión, a la argumentación y a la apertura mental. En definitiva, a la libertad. Por esa razón, porque no podía estar sepultada en las aulas, todos los partidos políticos se han puesto de acuerdo por fortuna para recuperar esta asignatura en las etapas de Educación Secundaria Obligatoria y de Bachillerato. Ya la Unesco había declarado mucho tiempo atrás la necesidad de su enseñanza y existen numerosos estudios que afirman que, gracias a ella, los alumnos obtienen rendimientos superiores en otras asignaturas como Lengua y Matemáticas. Además, ninguna otra materia les capacita para razonar y argumentar, les forma como personas con criterio para juzgar el bien y el mal y les orienta para distinguir lo justo de lo injusto.

Puesto que todo estudiante está llamado a abrir su mente, qué mejor manera de hacerlo que a través de una vía que les permita formularse preguntas, discutir conceptos y ampliar los horizontes del pensamiento dentro de este mundo en el que vivimos, saturado de una inmediatez de la que es preciso distanciarse. No se trata sólo de su formación académica, sino, fundamentalmente, de su educación como ciudadanos que han de saber detectar y neutralizar las posverdades que nos invaden y que tan grave riesgo suponen para las democracias. Conviene, pues, tratar a la Filosofía no como una mera asignatura, sino como un modo de enfrentarse al poder y a los abusos que éste conlleva.

Contrariamente a lo que pudiera pensarse, la Filosofía es hoy más necesaria que nunca para afrontar controvertidos debates que irrumpen con fuerza en ámbitos como la Bioética, las redes sociales, la migración, la Ecología y, por supuesto, el feminismo, para lo que otorga las herramientas imprescindibles. Así lo defendió la pasada semana el último Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, Michael J. Sandel, al afirmar que lo que le atrajo de ella fue la luz que arroja sobre nuestra vida cotidiana y al considerar que pertenece no sólo al aula, sino a la plaza pública, donde el conjunto de la ciudadanía delibera sobre el bien común. En el mismo sentido se había manifestado su colega Martha Nussbaum, galardonada también en Oviedo en 2012, al transmitir que "el ingrediente más importante para la salud de la democracia es una educación ciudadana impregnada de fuerte contenido humanístico y dirigida a inculcar a niños y adolescentes el pensamiento crítico de Sócrates, a fin de enseñarles a articular un discurso racional con el que debatir y defender sus ideas".

No cabe duda de que fomentar el criterio en edades tempranas es una tarea complicada, pero la imperiosa necesidad de incluir la herramienta del pensamiento crítico dentro del horario escolar como el mejor sistema para aprender a argumentar las posturas que toda persona mantiene, tanto ideológica como afectivamente, está ahí y hay que cubrirla. Tal vez así podamos recuperar un ideal de ejemplaridad que hoy en día se ha perdido, y que es el que nos exhorta a cada uno de nosotros a dignificar nuestra propia existencia y a producir, mientras vivamos, un impacto positivo en nuestro círculo de influencia. Nada más. Nada menos.

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