Qué sorpresa! Los partidos políticos tradicionales olvidaron las recetas tradicionales que les dieron sus éxitos tradicionales y sus votantes tradicionales se van a nuevos partidos.

Las crisis que desequilibran la estabilidad y matan las expectativas crean extremismos, muy modernos en la aprobación de los "cibertecnolocos" del "destruye cosas y muévete rápido"; muy antiguos en recuperar a la patria y a Dios. En Brasil, Bolsonaro cree cumplir "una misión de Dios", esa idea multiusos que hace la muerte aceptable y la vida peor.

La tecnología ha cambiado una enseñanza tradicional con la que crecimos -"el que rompe, paga"- por "el que rompe, cobra", sean la industria musical, los medios informativos, el comercio local, un tejido de miles de personas ganándose la vida en su territorio puede ser destruido para que sea uno el que gane en un lugar virtual con fiscalidad paradisiaca y limbos de las regulaciones laborales. Destrucción de lo antiguo, precariedad de lo nuevo, desigualdad reinstaurada.

La parte del mundo que repone partidos fascistas en las democracias aplica el loctite del falso enemigo, sean las mercancías extranjeras, las poblaciones inmigrantes, los homosexuales y, quizá pronto y según dónde, de nuevo los judíos.

La parte del ultraliberalismo con el que la desigualdad se agiganta opone la división: la precariedad de los hijos es el bienestar de los padres; la de las mujeres, el de los varones; la de los maduros, las pensiones de los viejos.

¡Qué sorpresa! La gente cuando vive peor se hace peor. La última utopía es una renta de exclusión llamada "renta de inclusión" que dice "cobra y calla" y aúna los extremos de izquierda y derecha.