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punto de vista

¿Crisis de la política?

Desde que en 2008 se produjera la quiebra de Lehman Brothers, la palabra crisis entró a formar parte de nuestras vidas sin que todavía hoy, diez años después, la veamos superada. Hablamos de crisis económica o crisis política, sin embargo, ¿no estaremos en realidad ante una crisis de la política? Es decir, una quiebra del ejercicio del poder público al servicio de la ciudadanía, de la sociedad.

Sabemos que la globalización es un fenómeno irreversible que, en unos casos para bien y en otros no tanto, ha cambiado la realidad económica, política y social, transformando el mundo tal como lo entendíamos no hace tanto tiempo. Un campo perfecto en el que paulatinamente han podido fertilizar las políticas neoliberales. Sí, el neoliberalismo. Ese dogma que, bajo el paraguas de la globalización económica, predica el Estado mínimo reduciendo la intervención pública y mermando las políticas sociales. Un contexto en el que, por ejemplo, la socialdemocracia encuentra serias dificultades para seguir operando incluso dentro de las propias fronteras. Al decir de Noam Chomsky: "Hay muchos factores que impulsan a la sociedad global hacia un futuro de bajos salarios, poco crecimiento y altos beneficios, con una creciente polarización y desintegración social". Lamentablemente, lo estamos viendo.

A ello, habría que unir dos cuestiones fundamentales que se vienen señalando y que explicarían el auge de la extrema derecha: por un lado, las políticas de austeridad con las que se hace frente a la crisis económica desde 2008 y que limitan seriamente la prosperidad de la sociedad, haciendo que el desánimo y la desesperanza crezcan entre la gente; por otro lado, internet y las redes sociales que, desde la virtualidad, sirven un espacio idóneo a través del cual alimentar falsos discursos para una nueva política fabricada a golpe de tuit y carente de retórica, la posverdad. Un cóctel perfecto que favorece este neofascismo en cuyo epicentro se encuentra el racismo y que viene pisando fuerte desde diferentes lugares del mundo.

A punto de cumplirse dos años de la victoria de Donald Trump, resulta inevitable hablar de quien encarna el paradigma. Probablemente, ese momento sea el punto de inflexión respecto de un nuevo tiempo político caracterizado por el auge de este liderazgo autoritario, revestido de un discurso profundamente machista y xenófobo. El presidente de EE UU es un magnate de los negocios, un millonario que ha llegado al cargo a través de un discurso antisistema y, sin embargo, nadie como él, podría representar mejor el neoliberalismo. Es decir, el sistema. Un hecho sumamente contradictorio e inquietante que muy bien señala Naomi Klein: "Trump conquistó la Casa Blanca con una campaña que arremetía constantemente contra la pérdida de trabajo en las fábricas: el mismo tipo de empleos que él externalizaba en el extranjero". Así, la clave del éxito habría sido crear una marca y un discurso en torno a la figura de un triunfador. Su gloria ha consistido, precisamente, en vender su propio éxito.

Sin embargo, hay espacio para la confianza. De momento, la perspectiva parece que va de lo global a lo local. Retomando la pregunta inicial sobre la crisis de la política, y viendo cómo evoluciona la considerada como nueva, quizás, la esperanza pase por la sencillez de recuperar la política en sentido ético, algo tan antiguo como Aristóteles.

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