Bajo su disfraz de payés Josep Pàmies hiede a estafador a kilómetros de distancia y basta que hable un par de minutos para que se confirme de inmediato la intuición olfativa. No es que Pàmies expectore tonterías frecuentemente. Es que sola pronuncia sandeces, a veces a través del caos sintáctico de un jardinero dadaísta. Acumula más de 700.000 euros de multas por estafa y está investigado por la Fiscalía, pero sigue ofreciendo charletas y entrevistas. Estuvo por aquí la semana pasada. Anunció actos para explicar que con la ingesta adecuada de perejil los oncólogos se quedarían en paro o que un derivado de la lejía "cura" el autismo definitivamente. Por suerte, las autoridades -colegios de médicos, ayuntamientos, Servicio Canario de Salud- se movilizaron para cancelar o lograr que fueran canceladas sus comparecencias, pero aun así Pàmies y sus cómplices consiguieron reunirse con pequeños grupos de personas de ambas islas, perfumando sus habituales engañifas con el aroma de la persecución religiosa. Todos los poderes del mundo, el demonio y la carne conspiran para que Pàmies no pueda dar testimonio de la verdad. Por ejemplo, si te untas meticulosamente el culo con unos líquines endémicos de la Patagonia ya no padecerás nunca más de otitis. O algo así.

Nunca aprenderemos a eludir la sorpresa. Al final hay que agradecerlo. Algunos compañeros de profesión corrieron a entrevistar a Pàmies. Respetuosamente, por supuesto. Yo creo que todo el mundo merece una entrevista. Esos lerdos que se escandalizaron por la entrevista a Oriol Junqueras no les preocupa la deontología periodística: solo odian al líder de ERC y con ese odio tienen bastante. Yo no hubiera tenido problemas en entrevistar a Franco. Sería una entrevista de perpetua actualidad en este país gracias a los franquistas, los posfranquistas, los tardofranquistas, los antifranquistas, loa cuasifranquistas, loa retrofranquistas y los francófobos que todavía lloran como viudas desconsoladas al Caudillo por haber muerto o por haber muerto en la cama. La única condición cuando se entrevista a alguien como Franco o Pámies o Domingo González Arroyo es dejar un retrato fidedigno de sus palabras y sus actitudes, sus silencios y sus énfasis. Por supuesto que no fue así en esta ocasión. Los periodistas isleños se han dirigido al seudopayés con el respeto que merece un candidato al Premio Nobel de Medicina que sabe arrastrar los pies para trazar un sendero luminoso a la Salud Universal. Algo lamentable

Luego están, por supuesto, las razones por las que se escucha, se lee, se sigue a Pàmies. Todos las conocemos. La ignorancia, la desconfianza, el dolor, el miedo. El miedo es el aliño básico de las ensaladas del fingidor. Pero en los casos más ligeros, menos graves, quizás menos peligrosos, existe un factor muy importante a favor de la fortuna de Pàmies y de todos los timadores conocidos: las ganas de ser engañado. En el hedonismo low cost que se nos permite hoy el ser engañado es casi un derecho reivindicable. No sé si recuerdan ese maravilloso diálogo entre los protagonistas de la película Johnny Guitar, de Nicholas Ray.

Johnny: Dime algo bonito.

Vienna: Claro. Qué quieres que te diga.

J.: Miénteme. Dime que todos estos años me has estado esperando.

V.: Todos estos años te he estado esperando.

J.: Dime que te habrías muerto si no hubiera regresado.

V.: Me habría muerto si no hubieras regresado.

J.: Dime que aun me quieres como yo te quieto a ti.

V.: Aun te quiero como tú me quieres a mí.

J.: Gracias. Muchas gracias.

Y así lo hacemos a diario. Al escuchar a Pàmies, al comprar un coche, al votar, al leer los periódicos y, cada vez más frecuentemente, al escribirlos.