Debió ser a principio de los noventa. Fue la primera mujer que yo recuerde que contó en estas mismas página la violencia física que su marido ejercía sobre ella. Entonces te imponía ver cómo una mujer sin otras armas que su verdad, cuestionada como no podía ser de otra manera, se presentaba en un periódico para poner freno a una situación sin límites. Se llamaba Lola y vivía en uno de esos edificios donde la banda sonora son gritos, discusiones, música sin tino y un inequívoco olor a pobreza. Siempre digo que la pobreza huele; huele a potaje de esos que se ponen al fuego con lo que haya. En estos días el foco mediático se ha parado en una cruz del calendario señalado como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer de manera que hemos escuchado a mujeres de todas las edades relatando el infierno de la violencia sufrida. Algunas han recordado cómo temblaban camino de la comisaría de policía. Ya había algún centro de la mujer en Las Palmas de Gran Canaria donde las víctimas eran asesoradas. La mujer a la que recordé huía de un marido que cada vez que lo amenazaba con denunciar su maltrato se ponía al volante y la perseguía allá donde fuera. Ella desarrolló una curiosa forma de burlarlo; llevaba un vestido en el bolso que usaba durante aquellas persecuciones. Con eso y un sombrero estaba irreconocible. Era enfermera y tenía dos hijos. Durante años recibió golpes, amenazas de atropello, insultos, todo lo imaginable. Le tenía pánico, pero el día que de una paliza casi pierde un ojo fue a casa de su hermana y con ella fue, por este orden, primero al médico y luego al periódico. No era fácil publicar una información de ese tono por varias razones, había que presentarle al director del periódico un documento que avalara su denuncia en comisaría y aun así, el riesgo que corría la denunciante no era pequeño. Más de una vez aconsejé a las víctimas que no dieran el paso de ir a la prensa, mejor al juzgado, que su vida estaba en peligro. Pero Lola era valiente.

El día que el hombre vio la denuncia en la prensa la buscó para matarla, pero Lola ya estaba en un centro de mujeres maltratadas. Allí ordenó su cabeza y desplegó las alas.

Fue pionera, pero no lo sabe.