Hola, te diría mi nombre, pero puedo tener miles alrededor del mundo. Hace unos años me casé, después de esto mi marido cambió, empezó exigiéndome que le trajera agua o que le hiciera la comida, luego siguió diciéndome desde el sofá que limpiara, a esa frase la acompañaba que las mujeres solo servíamos para eso, tendrá un mal día, pensaba yo, y lo dejaba pasar. La situación fue aumentando y de limpiar y cocinar pasé a otro nivel. Ahora, cada vez que me sonaba el teléfono tenía que decirle quién era antes de cogerlo, no me permitía ponerme esa falda tan bonita que tengo en mi armario porque es "demasiado corta" y no podía salir con mis amigas y mucho menos de fiesta porque según él soy una chica tan linda que los hombres me mirarían mucho y mi marido decía que solo de pensarlo "se pone malo", "que yo soy suya", "que a mí sólo me mira él" y es el único que podía tocar mi piel, besar mi boca, vestirme y desvestirme.

Me hizo dejar de trabajar porque en la oficina donde yo me ganaba la comida de todos los días había muchos hombres; y claro, una vez más, con lo linda que soy, pues los hombres me iban a mirar seguro y que con su sueldo podríamos seguir viviendo "como una familia de clase media alta", palabras textuales de mi marido. Esto ya me hizo pensar en muchas cosas; entonces pensé en mis hijos de tan solo unos pocos años y me dije a mí misma "aguanta, es solo una mala racha y volveremos a ser felices". Sabía que me estaba engañando, pero así y todo seguí adelante.

Un día vino una amiga, estudiamos juntas en la Universidad y ella quiso hacer su vida en los Estados Unidos. Después de casi diez años vino a visitar a su familia y aprovechó para llamarme. Cuando mi teléfono sonó y se iluminó con ese número tan largo decidí cogerlo. En ese instante, mi marido estaba en el trabajo; me tenía terminantemente prohibido coger el móvil a no ser que fueran mis padres, el colegio de los niños o él mismo, pero aún así lo cogí porque me mató la curiosidad, nunca mejor dicho. Estuvimos hablando durante un rato y me dijo que si quedábamos para vernos una tarde y recordar viejos momentos, pero yo me inventé una excusa malísima para no acudir porque tenía miedo.

Llegaron las tres de la tarde y él llegó más enfadado que nunca, intenté tranquilizarlo, me dijo que la única manera de tranquilizarlo era quitándome la ropa, pero yo me negué rotundamente y enfurecido me preguntó que si ya no le deseaba, que si estaba con otro. Me pidió mi teléfono, miró el historial de llamadas y se encontró ese número. ¿Su reacción? Una brutal paliza, sin preguntar ni siquiera quién era esa persona que había llamado. Hoy estoy muerta, ahora sí descanso en paz.