La Provincia - Diario de Las Palmas

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tropezones

Arreglar el mundo

Cuántas veces hemos escuchado el enunciado, multiplicado a la categoría de mantra, que "el pueblo es sabio"?

¿Y cuántas veces hemos llegado a la descorazonadora reflexión: "los pueblos tienen los gobernantes que se merecen"?

A la vista de muchos impresentables líderes que rigen hoy día los destinos de la humanidad, incluso ciñéndonos a los elegidos democráticamente, es obvio que estamos en presencia de una patente contradicción.

Porque muy a nuestro pesar el pueblo en general no es sabio, sino ignorante, manipulable, voluble y caprichoso.

¿Cómo arreglamos pues este mundo?

Muy fácil, haciendo sabio al pueblo.

Lo que nos lleva a la conclusión obvia y predecible, además poco controvertida, de que la solución a nuestros males está en la educación.

¿Pero qué educación? ¿La que se atiza en las madrassas islamistas, la que se imparte en los colegios de monjas, o la que se propone en las aulas Montessori?

Si queremos arreglar el mundo debiéramos ponernos primero de acuerdo en el tipo de enseñanza que debiera impartirse. Y aquí empiezan las dificultades. Piénsese tan sólo en los vaivenes de los sistemas educativos más próximos a nosotros, con la sopa de siglas de los sucesivos enfoques, tal vez bienintencionados pero siempre efímeros: Lode, Logse, Lomce. Y las disparidades de criterio y de antecedentes históricos según la comunidad donde se esté educando al pueblo del futuro.

La tarea de establecer un modelo educativo común y objetivo, aceptable para todos, estaría pues en la base de la aspiración casi utópica de formar educandos informados, independientes y críticos, a la par que tolerantes.

¿Pero cómo desligar el aprendizaje de los indispensables valores éticos de la futura sociedad de las creencias religiosas, arraigadas tras siglos de adoctrinamiento, y por lo general contaminadas además por indemostrables proclamas dogmáticas?

Yo no me atrevo a aventurar la mejor manera de abordar tan formidable tarea, pero sí creo que la apuesta merecería la pena. Y a pesar del coste inmenso, patentemente rentable a poco que consigan evitarse tan sólo uno o dos conflictos bélicos.

Tal vez arrancando de premisas lo más genéricas posibles, por ejemplo la declaración universal de los derechos humanos, quizá supeditando los indispensables controles de los contenidos educativos de los distintos países a algún órgano supranacional tutelado por Naciones Unidas.

Es sin duda una tarea ciclópea dar con apuestas universales que lleguen a ser viables.

Pero sí creo que merece la pena seguir dándole vueltas al tema. (Continuará...)

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