Sánchez y Casado tienen un rasgo en común: el soberano e instrumental desprecio que sienten hacia sus respectivos partidos. En ambos casos priorizan sus propios glúteos a sus organizaciones políticas, sus carreras a sus idearios, el oportunismo de pillar poder a la oportunidad de actuar responsablemente en beneficio de la mayoría. Sánchez desplazó del Gobierno al PP anunciando elecciones generales más o menos inmediatas, pero en tres días, tres, evidenció la disparatada pretensión de que las fuerzas que apoyaron su moción de censura y lo hicieron presidente -entre ellos independentistas catalanes y vascos- se transformarían en leales y constructivos socios parlamentarios para culminar una legislatura de dignidad, prosperidad y modernidad progresistas. El PSOE va a pagar un precio exorbitante por haber tenido a su secretario general un año -como máximo- al frente de un Gobierno grotescamente inoperante. Casado no representa ningún movimiento de regeneración del PP, sino la opción por una derechización decidida en lo político y en lo cultural: la amenaza electoral de Vox, simplemente, ha validado y reforzado esta estrategia. No ha perdido un segundo en ofrecer a Santiago Abascal una o varias consejerías de la Junta de Andalucía, y ayer mismo afirmaba que Vox no era una fuerza de ultraderecha. A Casado pactar con este populismo reaccionario y ajoarriero le importa un rábano: solo quiere a Bonilla presidiendo el Gobierno andaluz como ariete para malherir al adversario político y credencial para aumentar sus opciones en las elecciones generales.

El PSOE sigue noqueado y Podemos e Izquierda Unida, el Dúo Sacapuntas de la nueva izquierda, se dedican a sus sandeces exculpatorias. Mientras Iglesias guarda silencio con una contestación interna aún contenida, pero creciente, Garzón nos descubre que esto se solucionaba, oiga, con la proclamación de una República Federal y seacabao. Están construyendo un bello relato que convierte la necesidad de lo ocurrido en virtud fantasiosa. Si llega el fascismo, compañeros y compañeras, vamos a pararlo. El Pulga y el Linterna están a punto de descubrirnos que se trata de una oportunidad. Es un clásico de la izquierda comunista: aunque no lo parezca, camaradas, cuando peor, mejor. Es un hábito político y mental con una gran tradición leninista. Slavoj Zizek pidió el voto para Donald Trump, y no para la pútrida Hillary Clinton, porque con Trump la izquierda reaccionaría más y mejor y una alternativa al desorden capitalista podría ser viable de nuevo. Deberían traer a Zizek y meterlo en un tablao flamenco.

En Canarias existen dos grandes grupos: los que creen que Vox tendrá oportunidades en las elecciones autonómicas y locales y los que aseguran lo contrario. Desde un punto de vista electoral nos espera, como diría Baudrillard o tal vez Morfeo, el desierto de lo real. Será divertido constatar que los que han sostenido que la vía salvífica para fortalecer la democracia en Canarias era la reforma del sistema electoral -presentada poco menos como la derrota anticipada de un régimen polpotiano- van a descubrir que lo pertinente en una democracia parlamentaria es precisamente el pacto, el consenso y el acuerdo. Una derecha fragmentada, unas izquierdas catatónicas y quizás capitidisminuidas, unos nacionalismos resistencialistas en sus respectivos territorios. Y un eje articulador de mayorías y minorías que tal vez ya no sea ideológico, doctrinal ni territorial, sino constitucional, estatutario e identitario.