Estamos malditos, es decir, condenados a vivir tiempos interesantes. Hace unos días cundía el asombro por el hundimiento del PSOE en Andalucía -y con un PSC liliputizado y el socialismo andaluz desangrándose la perspectiva de la socialdemocracia es bastante lúgubre- y la irrupción de la extrema derecha. Pero el asombro se nos pasó enseguida. Últimamente todo se nos pasa enseguida. A través de las redes sociales se ha extendido un sistema de estímulo y respuesta bastante pavloviano, por no decir perruno, que no ofrece ninguna lucidez, pero sí la ilusa convicción de estar entendiendo las cosas, participando en ellas, asumiendo acontecimientos de cuya veloz y atropellada sucesión somos, apenas, vagamente conscientes. Y no es así, por supuesto. Solo escribimos un tuit o leemos los tuits ajenos. En general los que confirman nuestra sospechas, convicciones y opiniones.

Los partidos con presencia parlamentaria en Canarias se limitan a incluir a Vox como variable en el próximo sondeo electoral y nada más. La pregunta que atañe a la salud democrática de la comunidad autónoma y a su gobernanza, en cambio, exige un mayor esfuerzo: ¿cómo se podrá gobernar con una cámara que estará más fragmentada que nunca, apenas comparable con lo que era en los años ochenta y principios de los noventa? Con la incorporación de la lista regional la praxis habitual en el último cuarto de siglo (la alianza entre dos grupos parlamentarios para sostener a un Gobierno) será con toda seguridad inviable. En el debate sobre la reforma electoral todos los énfasis se pusieron en mejorar la representatividad del voto sin la más modesta atención hacia la calidad de la gobernanza democrática y, ni siquiera, hacia las condiciones de gobernabilidad. Ahora nos vamos a divertir con un parlamento muy parecido a una caja de bombones. Un parlamento en el que no cabe excluir una situación simular a la andaluza, con bloques de izquierda y derecha que no alcanzan la mayoría absoluta. Un parlamento, en definitiva, en el que no cabe excluir en absoluto una situación de bloqueo, con la entrada o no de la extrema derecha en la asamblea regional.

Y en el exterior tres círculos concéntricos dignos de la fantasía dantesca. Una inestabilidad política en ciernes en España -con una crisis político-territorial que sigue amenazando con transformarse en una crisis de Estado- una inestabilidad evidente en la Unión Europea (consecuencias del brexit, indisciplina fiscal italiana, democracias iliberales, populismos liquidacionistas al asalto de la Eurocámara) y una crisis económica que no hay experto que no pronostique casi con vehemencia, cuando la anterior no se ha superado, sino que se ha metamorfoseado en un nuevo ecosistema laboral: la sociedad del precariado, el consumismo low cost, la desigualdad obscena y la exclusión social estabulada. Y con todo eso no es lo peor. Lo peor es la incapacidad que hemos demostrado en Canarias para forjar un consenso sobre un conjunto de políticas estructurales y estructurantes que necesitan un acuerdo político para sostener la actividad de la sociedad civil sin interferencias. No basta con haber aprobado un nuevo Estatuto de Autonomía. Eso está muy bien. Pero deberíamos asumir entre todos que estamos en una situación estratégica extraordinariamente delicada que reclama con urgencia más política y menos politiquería, más diálogo y menos titulares, más acuerdos y menos postureo. Por puro instinto de supervivencia. Para seguir siendo una comunidad viable y sostenible.