La Provincia - Diario de Las Palmas

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AQUÍ LA TIERRA

Cara al muro

Un banco frente a una pared blanca en una acera de la calle Olof Palme parece una invitación a practicar la meditación zen

En un punto, más o menos equidistante entre las calles Fernando Guanarteme y Juan Manuel Durán, en la calle Olof Palme de esta Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, hay un banco en la acera, frente a un muro blanco. Un banco como cualquier otro banco. Un muro blanco como cualquier otro muro blanco. Por alguna razón, cuando el reportero pasa por aquí, en lo primero que piensa es en cómo se practica la meditación en el budismo zen: con la espalda recta, inmóvil, arrodillado con la ayuda de un pequeño taburete, de cara a un muro que ha de observarse atentamente con los ojos semicerrados. Otras dos condiciones indispensables en esta práctica, son atender a la respiración y dejar que los pensamientos vengan y se vayan como si fuesen nubes. Sin apego ni rechazo. Por estúpidos, inteligentes, execrables, sublimes, divertidos o aburridos que puedan ser. La mente tiende a enredarse en el pasado y en el futuro. Le cuesta estar aquí y ahora. Y de eso se trata, de intentar permanecer con atención en ese hueco entre el cese de un momento y el surgimiento del siguiente. Sencillo de contar. Dificilísimo de lograr. Después de pasar infinidad de ocasiones por delante de este banco, el reportero vence su resistencia y esta vez se decide a hacer, a su manera, un intento de meditación zen en esta bulliciosa calle de Olof Palme. Eso sí, sentado en el banco y no arrodillado, que si se puede hacer un poco menos el ridículo, mejor.

El reportero se sienta pues en el banco. Yergue la espalda como si le estuviesen tirando de la coronilla, entrecorta la vista y se concentra en un punto del muro. Observa su respiración. Trata de no desdeñar ni dejarse arrastrar por ningún pensamiento, pero el flujo de la mente es incesante. Piensa, por ejemplo, que en este momento está sentado ante el muro blanco en la calle Olof Palme, piensa que tiene la postura erguida, piensa que está atento a la respiración y piensa, así mismo, que el flujo de la mente es incesante.

El punto en el muro blanco y la atención a la respiración son los centros de gravedad que han de anclar al reportero en su aquí y su ahora, pero la mente, mientras no se reencuentra con su estado primordial de reposo, es como una bolita-souvenir agitada, con arena, purpurina o partículas que simulan nieve, que impiden contemplar su transparencia y espaciosidad. El reportero se aplica, pero ya entra otro pensamiento, o, por mejor decir, otro del que es consciente: el miedo que siente cada vez que ve al líder de Vox en televisión. Y así su mente salta de un asunto a otro como un mono enloquecido. Piensa en el diploma de optimist que se sacó cuando era chico en el primer cursillo que hizo en el Club Náutico, en Puerto Rico. Piensa en su amigo Florenci, en Barcelona. Piensa en el trato vergonzoso que le dispensa el Ayuntamiento a El Museo Canario.

Inspirar atento y atento expirar, mantener la espalda erguida, perseverar en la contemplación, con los ojos entreabiertos, del punto en el muro. Dejar que, como vienen, los pensamientos se vayan. Intentar permanecer en ese límite infinitamente delgado entre el futuro y el pasado que es el presente. Solo los muertos tienen la mente en blanco, y como el reportero está vivo, o al menos eso cree, sus pensamientos siguen a lo suyo: el reportero piensa que nunca conseguirá, ni por un nanosegundo, estar aquí y ahora. Piensa que le hace feliz que su amigo el filósofo Daniel Barreto haya sacado su libro sobre Franz Rosenzweig en la editorial Anthropos. Piensa que no le va a quedar más remedio que leeérselo. Piensa pensamientos que no piensa airear en público. Piensa en la canción Amor mediterráneo, de Bertín Osborne.

Atención, poner toda la atención del mundo. Se dice rápido. El reportero no domina su mente. Es su mente la que le domina a él. Piensa en el control de la economía mundial por el capitalismo financiero. Piensa en que ya no se acuerda de todas las estrofas del corrido El caballo blanco. Piensa en el bistec tártaro que hacían en el Bistro Monte. Piensa que, al paso que vamos, se van a convocar elecciones generales y Pedro Sánchez aún no habrá sacado a Franco del Valle de los Caídos.

Pensamientos que se suceden velozmente sin coherencia alguna. Ningún atisbo de experiencia plena del presente. El reportero piensa que el granito está compuesto de cuarzo, feldespato y mica y piensa en el Ku Klux Klan. Piensa que los científicos dicen ahora que Plutón no es un planeta y piensa que Plutón, entonces, debe ser una mierda. Piensa en su amiga lama, Rigdzin, mientras medita en su centro budista tibetano de Huesca.

Piensa el reportero en Félix, en Sandra, en Orlando, en Fernando, en sus amigos muertos. Piensa en cómo será este lugar de la calle Olof Palme dentro de mil millones de años. Piensa que Olof Palme fue asesinado. Piensa en la película Los vikingos, en cómo en las exequias del jefe vikingo, protagonizado por Kirk Douglas, su cuerpo era lanzado al mar en un drakar ardiendo.

Piensa en el Yeti, en la poesía de William Carlos Williams y en la de Francis Ponge. Piensa que no conoce Murcia. Piensa en los chistes de Salvador Sagaseta en los que siempre aparecía un tipo con un vaso de vino hablando solo. Piensa en cómo bailaba el negro de Boney M. y en qué es lo primero que debería decirle a la célula que fue su remoto abuelo si algún día puede viajar en el tiempo.

No sabe cuánto lleva sentado en este banco, pero lo que si sabe es que su mente va más acelerada de lo que creía. Que ya es decir. Para algo, entonces, le estará sirviendo esta piltrafa de meditación. Entre tanto piensa que, según le contó el poeta Eugenio Padorno, Georgie Dann estuvo viviendo en la calle Albareda, enfrente de donde vivió Manolo Millares, pero, en los años sesenta, cuando este último ya se había trasladado a Madrid. Piensa en cómo habría sido un encuentro entre el cantante y el pintor en la calle Albareda. Piensa que no tiene miedo a morir. Piensa que tiene miedo a morir. Piensa en Mister Natural, el gurú granuja dibujado por Robert Crumb. Piensa que por qué al ascensor lo llaman ascensor si también sirve para descender. Piensa que si pasa un maestro zen por aquí lo infla a hostias. Piensa que ya es hora de recogerse, así que se recoge y se va.

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