El pueblo de Santa Brígida ya vivió un precedente de mamotreto en el otoño de 1956, aunque en aquella ocasión el Cabildo de Gran Canaria logró pararles los pies a las autoridades locales, deseosas de construir un gran hotel, de casi veinte plantas de altura, en la zona de Satautejo. Fue una lección no aprendida de la historia, de nuestro propio pasado. De ahí que Cervantes sostenga que "la historia es ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir". Pero para lo que sea hay que saber conocerla.

Todo comenzó en el otoño de 1956, cuando el alcalde de la Villa, Pedro Déniz Batista, tuvo una idea: crear una especie de 'macrociudad invernal' para los turistas. El pueblo era entonces eminentemente agrícola y rural. Por supuesto, había casonas, mansiones, chalés de gente rica de la ciudad, pero la primera ocupación económica era la del campo. Así que don Pedro se dejó encandilar por las primeras riadas de turistas nórdicos, sobre todo suecos y suecas, que empezaban a arribar al Puerto de la Luz y que, de vez en cuando, eran traídos en tartanas hasta el Monte Lentiscal, para disfrutar de las fiesta y jolgorio en el negocio hostelero y hostal del empresario turístico Antonio Santana Miranda. La fiebre del turismo motivó también que el Ayuntamiento quisiera crear "una ciudad turística en el pueblo" en las cercanías de El Palmeral, entre Los Olivos y Satautejo, una especie de 'Plan Míster Marshall' adaptado a las necesidades satauteñas. El plan incluía la construcción de una gigantesca torre de hotel, redonda, de más de veinte metros de altura, similar al hotel Los Bardinos o Don Juan en la capital grancanaria, así como distintas salas de fiestas. Para llevar a cabo este proyecto faraónico, el ayuntamiento adquirió unos seis mil metros cuadrados de terrenos a la familia Déniz, junto a la carretera hacia La Angostura, y encargó la elaboración de los planos al arquitecto Hernández Prieto. Pero el ayuntamiento satauteño recibió un jarro de agua fría cuando acudió con su proyecto al Cabildo Insular, presidido por Matías Vega Guerra, quien consideró que la idea era demasiado pretenciosa para un pueblo como Santa Brígida. Y contestó al ilusionado regidor satauteño "que la obra era de una envergadura que estaba fuera del alcance, no ya de ese ayuntamiento, sino de corporaciones de mayor potencialidad". Ante esta situación, en el verano de 1957, el ayuntamiento cedió a la Delegación Provincial de Sindicatos de Las Palmas los terrenos en los que se pensaba ubicar la 'Ciudad Turística' y, en su lugar, se construiría años después la Residencia de Educación y Descanso.

Segundo intento

Pasan los años y otro alcalde, José Feo Perdomo, también se ilusionó con los grandes edificios, queriendo resucitar el proyecto de la torre redonda, pero construido en otro lugar más apropiado, donde ahora está el actual mamotreto y entonces eran el campo de fútbol y los aparcamientos. Don José, sin embargo, no pudo mover ni una piedra y sí muchas flores, pues fue el creador de la muestra 'Florabrígida'. Fue una época en la que, en líneas generales, "todos los pueblos querían ser como la capital", como señaló certeramente el periodista y vecino Ángel Tristán Pimienta en la primavera de 1999 en una memorable conferencia que ofreció en el Real Casino con motivo de su centenario. Y, por supuesto, el pueblo de Santa Brígida se apuntó el primero. El 24 de noviembre de 1973 la corporación que presidía decidió solicitar a la delegación provincial del Ministerio de Información y Turismo la declaración de 'zona residencial' para todo el municipio, al mismo tiempo que se ponían en marcha las primeras urbanizaciones residenciales sobre las antiguas fincas de parrales: Los Lentiscos, Bandama, El Reventón, La Concepción, La Grama, El Molino o en El Paraíso?, pero sin terrenos para equipamientos sociales y culturales. Para entonces, las autoridades locales lograron edificar un 'Parador de Turismo' en el Parque Municipal, obra del prestigioso arquitecto catalán Rafael Massanet Faus, artífice también de la ampliación del edificio del ayuntamiento. Asimismo, encomendaron diversos estudios para potenciar el turismo rural, dadas las posibilidades que ofrecía este pueblo por su clima privilegiado. En el verano de 1964 se pensó en crear en El Monte una residencia para jubilados norteamericanos. Para ello, dos investigadores norteamericanos, Andrés Hamer y James Mitchell, realizaron un estudio inédito que el amigo y periodista Michel Jorge Millares daría a conocer en su blog 'Islas Bienaventuradas'.

En plena democracia, y aún sin resolverse nunca el debate entre el modelo 'Villa' y el modelo 'Ciudad', los nuevos regidores municipales, el primer alcalde socialista José Antonio García Viera, que terminaría expulsado de ese partido, o el popular Carmelo Vega, siguieron desde el poder primando la indisciplina urbanística, mientras el municipio sufría un proceso galopante de especulación que deterioraba el medio ambiente de forma intensa y su excelente patrimonio natural: la belleza de su paisaje, que convierte a Santa Brígida en la mirada interior de la Isla.

En 1983 se redactan las Normas Subsidiarias, siendo concejal de Urbanismo un conocido contratista local. Y en el pleno ordinario del 11 de junio de 1984, el grupo de gobierno aprueba realizar un estudio de detalle que, en la práctica, supondría la desaparición del aparcamiento y del campo de fútbol. Con todo, lo que ocurría en las Casas Consistoriales tenía poco eco en la calle, en la opinión pública. De los diez mil vecinos que entonces tenían derecho a voto, solo 47 acudieron a conocer el contenido de la nueva normativa, en fase de exposición pública, y eso que se hizo una campaña informativa. La Participación Ciudadana nunca ha sido un mecanismo que interesara a la ciudadanía.

A pesar de todo, en junio de 1985, unos trescientos vecinos se manifestaron frente al ayuntamiento en contra de las Normas Subsidiarias junto a representantes de distintos grupos políticos de la oposición. Entre sus asistentes se encontraban miembros de la coordinadora 'Salvar Santa Brígida', partido político que, presidido por el médico Manuel Lezcano, jugaría en los siguientes años un papel en defensa del medio ambiente, pero que fracasaría en su intento de gobernabilidad en el mandato municipal (1991-1994) durante el célebre pacto de los cuatro alcaldes. La fórmula terorense, cada alcalde un año, superada en su lugar de origen, fue también aquí un sonoro fracaso, apuntalada por los transfuguismos y pactos rotos, que solo sirvió para desbancar de la alcaldía al industrial hostelero Carmelo Vega Santana, con el fin de impedir que siguiera dirigiendo el urbanismo de esta importante villa.

?Y a la tercera, la vencida

A comienzos del nuevo siglo XXI sería la corporación municipal, presidida nuevamente por Carmelo Vega, ahora en las filas del PP con las que había concurrido a las elecciones municipales de 1999, logrando un pacto con CC, liderado por Antonio Ojeda, la que abanderase el proyecto de reforma del casco que siempre se había resistido. Un sueño americano a la medida satauteña. Santa Brígida estaba empezando a vivir en una irrealidad que tardó unos años en desinflarse. Cuando la mayoría de los multicines cerraban sus puertas, el ayuntamiento decidió crear una gran superficie comercial con multicines y un estudio económico que lo avalaba. Los políticos se habían olvidado que sus antecesores también sufrieron esa ansia nunca saciable de tener un gran edificio comercial en el centro del pueblo en vez de potenciar el comercio local y su carácter rural y residencial. Para ello fue necesario cambiar el uso del terreno, tramitándose una primera modificación puntual de las Normas Subsidiarias que permitió convertir en comercial lo que entonces era de uso administrativo y social. El proyecto técnico fue aprobado definitivamente por la Comisión de Ordenación del Territorio y Medio Ambiente de Canarias (Cotmac), el 18 de marzo de 2002, sin que el expediente recibiera en su fase de información pública, ni con posterioridad a su aprobación y publicación, ninguna alegación, reparo o impugnación en contra.

Ahora, mientras el pueblo se recupera de la destrucción que se había infligido a sí mismo, mientras intenta recuperar ese gran espacio público y, por fin, vuelve a ser dueño de su propio destino, debemos ser capaces de aprender que la historia nunca se repite, como mínimo no exactamente. Lo que sí se repite y, además, sin descanso, son los errores que cometemos quienes fabricamos la historia día a día.