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Observatorio

Un proceso constituyente en Venezuela

Pensar que Venezuela pueda fundar un régimen castrista sin resistencias es iluso. Que la actual ofensiva contra el régimen de Maduro pueda acelerar la formación de ese régimen, es cada vez más probable. Ahí están las cincuenta mil unidades de milicianos, comandadas por comisarios políticos, que pueden organizar dos millones de ciudadanos en armas y que constituyen el ejército de todo el pueblo, según el modelo cubano. La capacidad que tenga ese régimen de sobrevivir como Cuba es un misterio. Dependerá de hasta dónde lo apoyen los aliados de Maduro. El ejemplo de Siria muestra hasta qué punto Putin puede jugar duro. Y desde Vietnam, Rusia y China no han perdido una.

Dada la historia de la humanidad, disponer de las mayores reservas de petróleo del mundo constituye una gran responsabilidad. Pensar que esa riqueza ingente ofrece un mayor margen de libertad sin responsabilidad, es un síntoma de grave incompetencia. Si un país así entra en la situación en que se encuentra hoy Venezuela, nadie puede extrañarse de que las presiones crezcan hasta impugnar el principio de la soberanía. Cualquier gobernante debería prever que, bajo ciertas condiciones, se acabaría por negar el principio de no injerencia básico del derecho internacional.

Antes de que este principio se impugne, los Estados están autorizados a realizar cada uno su política libremente. Esa libertad está sujeta a valoraciones diferentes, pero las consecuencias se abren camino más allá de ellas. La política de Maduro, nefasta, ha sido respondida por actuaciones políticas de otros actores. Ambas mezcladas, y sea cual sea la valoración que se haga de cada una de ellas, imponen esta consecuencia: la vida cotidiana bajo el régimen de Maduro se ha vuelto insoportable. Ese es el principio de realidad. Un país con una inflación de diez millones por ciento, que ha reducido el poder adquisitivo del salario medio a seis dólares per cápita, no tiene futuro. La solución castrista de permitir que se vayan al exilio y a la emigración los ciudadanos que no aprecian un futuro, es pura tiranía. A los pueblos hay que ofrecerles una salida, no la reducción de su ciudadanía a los incondicionales de un régimen.

Lacan decía que la decisión es el paso a la locura. Decidir por Rusia y por Turquía, por Irán y por China, puede que no sea una locura, pero no ha servido para mejorar la suerte de los venezolanos. Sea lo que sea que espere conseguir Maduro de sus decisiones políticas, no parece que sus aliados estén muy interesados en la suerte de sus ciudadanos. Incluso podríamos decir que mantendrán altas expectativas de alcanzar beneficios cuanto más débil esté el régimen bolivariano. Lo que podemos observar de la forma de comportarse de Turquía o de Rusia es que no les ha importado dispersar a los sirios por el mundo con tal de mantener en pie la estructura de poder de Bashar al-Ásad.

Ahora bien, ¿qué plan es el que se ofrece como alternativa? Apenas podemos dejar de apreciar un oportunismo en las actuaciones de Trump, y solo podemos pensar que estamos ante una aplicación más de la doctrina Monroe. Que Europa se haya puesto detrás de su actuación, nos muestra que no se tomó en serio lo único importante, la destrucción del futuro del pueblo de Venezuela, poco a poco humillado por un gobierno infame; y que la dispersión de millones de ciudadanos venezolanos por toda América del Sur no fue valorada como suficiente ocasión para una presión eficaz. No. Todo ha tenido que cristalizar en el momento adecuado decidido por Trump y las elites más radicales anticastristas de su Administración, reunidas con los equipos que prepararon la invasión de Irak. Lo que no movió la triste suerte de los venezolanos, lo ha movido ese oportunismo.

Todo se ha conducido con la precisión de una lógica implacable. Tuvo que eliminarse de modo bastante dudoso el poder progresista en Brasil, y asegurarse el triunfo del uribismo en Colombia. Y cuando los dos países ya están listos para una operación militar, entonces se ha usado el resquicio constitucional del juramento ante la Asamblea Nacional para no considerar a Maduro un Presidente efectivo. Por supuesto, la dualidad de Asambleas está en la base de la dualidad política, una situación que puede ser el germen de un enfrentamiento civil. Pero cuando Trump ha dado la señal, todos los poderes europeos sin resistencia alguna han decidido hacer seguidismo, en una operación en la que de forma explícita se ha dicho que no se excluye la violencia y la guerra.

Considero que ésta no es una buena política. La sociedad venezolana no puede seguir bajo el régimen de Maduro, eso parece evidente. Maduro no lo va a reconocer jamás, porque debe de tener garantías de sus aliados de que será apoyado hasta el final. Y me temo que lo será, porque no veo a Trump pactando con China el pago de la deuda venezolana con Pekín, cuando él se asegure su influencia sobre Caracas. Cuando el petróleo de Venezuela esté en las manos de las grandes Compañías americanas, no veo que destinen 70.000 millones de dólares a pagos del fondo chino-venezolano. ¿O seguirán enviando esas nuevas Compañías los 600.000 barriles diarios que llegan ahora a los puertos chinos? Debemos recordar que las reservas internacionales venezolanas disponen ahora de unos 24.000 millones de dólares. A China se le debe tres veces esa cantidad. Lo mismo se podría decir de la deuda rusa, mucho menor, pero importante.

En suma, no creo que los socios de Maduro sean preferibles a Trump, por no mencionar a Erdogan. Pero no pueden ser burlados en su deuda. Justo por eso, la UE quizá podría mostrar su alineamiento con las Naciones Unidas y con un país cercano como México, y exigir una negociación entre las dos Venezuelas. Por supuesto, eso impone reconocer que el régimen de Maduro no puede reunir al país ni fundar un nuevo comienzo, que es lo que verdaderamente necesita. Para reponer a Venezuela en manos de la integridad de sus ciudadanos, es preciso un nuevo proceso constituyente. Es necesario favorecer el regreso de sus emigrantes y exiliados o garantizarles su voto. Además, se deberá encontrar la manera de neutralizar algunas cuestiones centrales, como la gestión adecuada de las riquezas venezolanas. Una neutralidad internacional en este sentido.

Guaidó debe ser un interlocutor en la medida en que tiene detrás una mayoría de representantes en la Asamblea Nacional, que Maduro ha pretendido ningunear de forma antidemocrática. Pero no creo que deba ser el presidente. No en cuanto representante de los Estados Unidos y menos del Presidente Trump. En este sentido, México no debería llamarse a engaño. Maduro no negociará nada si no es obligado. La rueda de prensa de López Obrador con Sánchez fue decepcionante, porque invocó la buena voluntad de Maduro, algo que nadie medianamente sensato puede ya asumir. Por eso la posición respecto de la situación en Venezuela no puede ser equidistante. Es preciso obligar a Maduro a negociar, porque él no lo hará.

El miedo que brota en cualquiera que abra los ojos es que esta operación le conceda a Maduro la coartada idónea para avanzar hacia un castrismo abierto, y esa posibilidad implica una solución bélica. Por eso creo que esta es una operación que la UE no debería apoyar. Sólo una acción que incluya a los legítimos acreedores de Venezuela, todos ellos del Consejo de Seguridad de la ONU, de tal manera que se garantice no solo el acceso al petróleo sino el pago de su deuda, puede abrir paso a convocar Elecciones Constituyentes. Pero entrar en una operación para que las empresas norteamericanas tengan el petróleo venezolano, no creo que deba apoyarlo al resto del mundo. La solución para Venezuela es una democracia sólida, no la inversión del chavismo en un gobierno títere de Trump. Eso, además de vergonzoso, sería someter al pueblo venezolano a la misma injusticia, solo que invertida.

José Luis Villacañas.

Catedrático De Filosofía

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