Ya no habrá relator. Ni mesa de partidos. Ni nada, hasta la próxima ocurrencia. El Gobierno de Pedro Sánchez se aterrorizó cuando se puso a imaginar a un cuarto de millón de personas clamando en el centro de Madrid con los mariachis de la derecha al frente. Para ser justos del lado de las derechitas también cundió cierto nerviosismo cuando constataron que hasta la Falange Española y otros grupos que tu bordaste en rojo ayer querían unirse al aquelarre del constitucionalismo rojigualdo. Por supuesto los independentistas también suspiraron con alivio: ahora podían decir que el diálogo había fracasado por culpa de un PSOE con un insuficiente valor democrático. Un PSOE con miedo. Es realmente idiota todo esto, porque los independentistas en ningún momento tienen el propósito de negociar. Caminaba bajo el polvo sahariano pensando en Gaziel. El mejor periodista catalán del siglo, junto a Josep Pla y a Eugeni Xammar. Gaziel, ignominiosamente expulsado de La Vanguardia, procesado y multado, anciano y derrotado, escribió un dietario amargo y terrible, Meditaciones del desierto. Lo que más le dolía era cómo Cataluña se había traicionado a sí misma. Gaziel era nacionalista y creía en una España federal. El aplauso primero y la adhesión más tarde de la burguesía catalana a Franco se le antoja insufrible: grandes fortunas -Cambó soltó varios millones de pesetas a los golpistas- modestos empresarios, comerciantes, propietarios agrícolas, escritores y periodistas, pequeños rentistas, antiguos catalanistas de la Liga y hasta algún que otro piernas de Esquerra Republicana. "Cataluña", escribió Gaziel, "se ha vendido al nuevo régimen franquista por un plato de lentejas". Pensé que el viejo maestro tenía razón y que esta Cataluña del siglo XXI se había vendido a los independentistas por algo peor: por una estúpida fantasía política capaz de destruirla por dentro.

Hice una señal y tome un taxi. A pocos metros un vehículo estuvo a punto de sacarnos del carril. El taxista aulló:

-Cuidado, coñooooooo.. Seguro que es una mujer?

-No. Si se refiere al conductor, era un hombre?

-¿Sí? Qué raro. Porque siempre son mujeres las que hacen eso. Y no se les puede decir nada, porque están muy subiditas.

-¿Perdone?

-Que las tías están muy subiditas, muy subiditas?

-¿Subiditas a dónde?

-Ya me entiende. Que no se les puede decir nada. Que les dices, aparta, desgraciada de mierda, y tienes un problema.

-Qué me cuenta.

-Sí?Por aquí?Por esta zona? Todas la broncas en la circulación son culpa de las tías?Siempre?Es que te escupen en la cara?

-¿A todos los conductores o solo a usted?

Me miró por el retrovisor y dijo friamente:

-Hay que ponerlas en su sitio. Como a los catalanes. Y a los socialistas. Y a los periodistas.

Bajé del coche. Se asomó por la ventanilla y sonrió, mostrando unos dientes de inmaculada blancura.

- ¿Te crees que estoy solo? No. Somos muchos. Ya lo verás. Sí, ya lo verás.