La Biblioteca Pública del Estado se ha convertido en un albergue encubierto. El malestar de los usuarios va en aumento. Los sofás ha pasado a ser camas y los baños aseos públicos. Los transeúntes no tienen la culpa, pero alguien tendrá que poner remedio a la situación. Otro día hablamos del recortaje y hurto de periódico.
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