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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Todo, menos el juicio al 'procès'

Me resisto con intensidad gregaria a escribir del juicio al procès, prefiero hacerlo de la ensalada de lentejas aliñada con sendas cucharadas de mostaza de Dijon y de miel, o de la señora con la que siempre me tropiezo en el súper y que sufre un alzhéimer que no le impide mostrar la más resplandeciente sonrisa del día. Uno de los misterios de la obra de Kafka, dicho de manera rápida, es cómo supo adelantarse a cuestiones tan de futuro como los enredos judiciales. En El proceso empieza a destilar lo que después se llamaría burocracia kafkiana como mejor homenaje al escritor. Me resisto a escribir del procès, pero algo tendré que decir: igual que con los trasuntos de la literatura del narrador judío, corremos el riesgo de acabar succionados de manera fulminante por un enorme conglomerado sostenido por las grandezas del poder: rebelión, secesión, traición, patria, nacionalismo, estado... Todos los resortes que están detrás del inicio de la andadura de un país, donde se agolpan el idioma común, las banderas, la paella (o el cocido), los canelones, la sardana y cualquier otra especialidad que refuerce la astuta identidad. Sin perder a Kafka, corremos el riesgo de ser sepultados por la grandilocuencia de las naciones, con sus símbolos, las puñetas de sus magistrados, los gestos de los rebeldes, los testimonios, la potestad, los acusados... Este endemoniado procès se puede seguir en directo, o eso al menos han dicho, por internet. Un experimento cruel sería coger a algunos de los que se plantan ante la pantalla para seguir la sesiones en el Supremo, y preguntarles cómo lo ven, si se han radicalizado en plan Casado, o si se ha situado en los esquemas ultras de Vox, si creen que España se va a descomponer, si los catalanes... No voy a escribir más del procès.

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