Leo: "Pensar/ si algo ha merecido/o no/ la pena/es cosa obscena/ por no escribir estúpida/ pues la pena misma no/ merece/ ni desmerece/ solo ensucia/ al que la sufre/ emponzoña su alma/ retuerce el corazón/ hasta la misma venganza." Y me digo, vaya, esto no son los versos que debería escribir una persona joven, en concreto, una mujer de poco menos de treinta años, Marta, que me los envía desde Dublín, para que le diga qué me parecen. "En Dublín llueve mucho" le escribo " y eso se nota en tus versos. Y a pesar de que los coruñeses nos creamos fundadores de Irlanda por encargo de Breogán, la leyenda desmiente a los monjes." No sé muy bien si me entenderá, no sé muy bien si le gustará mi comentario claramente escapista: no soporto dar una opinión sobre los versos de los demás, y menos cuando se les tiene un poco de afecto, como en esta ocasión.

El caso es que, a mitad de febrero, se nos ha caído la realidad encima, la política, la social, la local, la internacional, la económica, la global y la particular. Y la realidad siempre produce tristeza, extraña tristeza de invierno, que ya en sí es una estación un poco triste, sobre todo para los que hemos nacido en agosto. Rilke le dijo una vez a Zweig que la poesía hay que leerla poniéndose quietamente al servicio de la palabra. La clave de esa frase está en el adverbio, ¿fue bien traducido? ¿significa lo mismo en alemán que en español? Estas reflexiones me las hizo una vez mi amigo Nancho Novo, escritor, actor, músico. Tiene razón porque por más que intento ponerme quietamente al servicio de la palabra con los versos de Marta, tropiezo a cada tranco, me doy de bruces con la realidad y hasta suelto una lágrima que me impide seguir leyendo. ¿Por qué será? No lo sé, como no sé otras muchas cosas. Pero de lo que sí estoy seguro es que merece la pena seguir leyendo y escribiendo versos: "Cuando ya no hay cariño/ surge el espanto/ y tanto miedo/ tanta falta de respeto/ tan poca generosidad/ tanta impericia./ Cuando ya no hay cariño/ se acaba la vida." No están mal los versos de Marta, aunque, al leerlos, sea casi imposible ponerse al servicio de la palabra al modo rilkeano. Pienso animarle para que me siga escribiendo versos, desde Dublín, para amortiguar, o describir, quizás, estas tristezas invernales que se empeñan en invadir nuestros espíritus. Porque siempre es más liviano un endecasílabo que unas elecciones generales.