La rápida y segura recuperación del Festival Internacional de Música de Canarias es un acontecimiento digno de gratitud y aplauso. El "bache" de la XXXIII edición en 2017 pudo acabar con este gran difusor de prestigio para la cultura canaria. Un tropiezo de aquella magnitud cuando se intentaba remontar las rebajas de la crisis, conduciría directamente a la extinción si la Presidencia de Canarias no hubiera tenido la visión de apostar por la continuidad del modelo original, sin escuchar los cantos de sirena de quienes intentaron cambiarlo todo con el resultado de auditorios vacíos, pérdida masiva del abono y cancelaciones de las entidades patrocinadoras. Tras los cambios políticos pertinentes, Fernando Clavijo encomendó el rescate al nuevo consejero de Cultura, Isaac Castellano, quien, con la directora general de Cultura, Aurora Moreno y el gran profesional fichado para la dirección, Jorge Perdigón, iniciaron en 2018 el recorrido salvador.

Este año, el 35o Festival nos ha devuelto el tono y la calidad de sus tres primeras décadas, recuperando gran parte del abono y las ventas de taquilla, con algunos llenos absolutos. Regresaron los patrocinios, y todos los eventos dieron satisfacción a los públicos en las dos islas capitalinas, con mejor participación de primeras figuras y conjuntos en el resto del Archipiélago.

Se dice pronto, pero esto es muy difícil. Depende de la voluntad de los responsables y del conocimiento y la relación directa con los grandes intérpretes y los canales de contratación. El presupuesto público ha sido el mismo de años anteriores, aún escaso para rescatar al 100% la dimensión que ha tenido el Festival y que convirtió a Canarias en punto focal de la gran música internacional en invierno. Quienes no se interesan por seguir el eco exterior de estas citas ignoran el peso referencial de nuestras Islas en las mejores áreas de la música de arte, un hito exterior tan satisfactorio como el de garantizar a los de casa su derecho preferencial a los grandes conciertos. Europa es un conjunto de estados, pero sobre todo un gran mosaico de regiones, algunas con personalidad distintiva y otras sin ella. El distintivo básico de Canarias en el área económica es el turismo y en el área cultural sus grandes artistas y su innato amor a la música. Ambos vectores confluyeron felizmente en la buena fama gestada por 30 años de festivales.

Los gustos del público pueden ser muy selectivos sin salir del gran repertorio. Pero el respeto que merece no ha impedido la cita con los autores más vanguardistas y representativos de la modernidad, invitados por el Festival, sin la menor presión estética, a escribir y estrenar una obra de encargo profesionalmente retribuida. La tinerfeña Cecilia Díaz Pestano y el grancanario Carlos Gonzalez Bolaños han sido quienes han estrenado en esta convocatoria con obras de gran compromiso cuya importancia certifican el interés y el trabajo que los intérpretes designados les dedicaron, lejos del chapucero pasotismo evidenciado en algunos ?pocos- estrenos pasados de autores canarios, peninsulares o extranjeros que apenas merecieron una primera lectura. Este año constatamos en ambos casos el estudio concienzudo del mejor cuarteto de cuerda español y de una orquesta de cámara bielorrusa con agenda internacional.

Quién puede negar el placer sensorial y espiritual de escuchar a tres pianistas míticos en su dorada madurez, como son Pires, Argerich y Achúcarro, complementados por un ardiente virtuoso de 23 años; o el arte de dos solistas excepcionales como Sabine Meyer al clarinete con Mozart, y Veronika Eberle al violín con Brahms; o el canto admirable de los intérpretes de la ópera Ariadna en Naxos de Richard Strauss y el Requiem de Verdi; o el vigor y el color de la epopeya de la esclavitud creada y dirigida por Jordi Savall, uno de los más grandes cultivadores europeos de la música antigua; o las transiciones entre lo camerístico y lo sinfónico, sobre todo lo segundo, que recupera el contenido fundacional del Festival con orquestas de primer nivel como la Filarmónica de Hamburgo y su titular Nagano, un auténtico divo, o la de San Petersburgo, además de las dos canarias en buena forma competitiva. Y no pasemos por alto el privilegio de escuchar un violín Stradivarius y otro Guarnerius en manos de sendas violinistas, irrepetibles instrumentos con más de tres siglos, cuyos propietarios (bancos en su mayoría) no prestan a cualquiera. A subrayar el enorme placer con el segundo de los citados, en manos de la violinista del excelente, y canario, Quantum Ensemble

Ni un solo fiasco. Nada ha sobrado. Lo que faltó fue cantidad, no calidad, para religar de lleno con el glorioso crecimiento de una idea que llegó a tener un pie sobre el abismo por la irresponsabilidad directiva, afortunadamente coyuntural. El Gobierno ya puede igualar su pasada contribución, seguro de que será bien invertida en valores de placer y cultura para canarios y visitantes, así como en prestigio dentro de la gran estructura festivalera del mundo.

A partir de aquí, ni un paso atrás.