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Observatorio

Oído para la tragedia

Perder el oído para las tragedias lleva a repetirlas. Desde el punto de vista moral, facilita echar las culpas a algunos de los actores, cuando una buena sensibilidad mostraría que todo iba regido por el automatismo despiadado del destino. La tragedia es una de las perspectivas desde la que mostrar la finitud humana, y olvidar que existe debilita el juicio moral, ya de por sí siempre sospechoso. Pero sobre todo debilita el juicio político y proyecta sobre los pueblos la atmósfera tenebrosa de los psiquismos inestables. Escuchando a Casado estos días atrás he tenido la impresión no sólo de que está dominado por exageraciones dogmáticas, sino de que no tiene la menor idea de las consecuencias potencialmente trágicas de sus palabras. En mi opinión, tener oído para las tragedias es una cualidad que debería acreditar todo aspirante a político.

Sabemos que el dispositivo que prepara las tragedias es siempre el mismo: el misterio del tiempo. Cualquiera que mire los últimos años de España apreciará que todo ha echado a rodar con ese automatismo que escapa a la voluntad de los actores. No es que esté fuera de control. Es que lleva su propia lógica, que no es la propia de los humanos, que se les impone ineluctable. Por eso lo último que puede emerger de la situación que ha llevado a la convocatoria de Elecciones generales es el reproche. Lo mejor es que llevara al pueblo español a una reflexión presidida por la sensibilidad para la tragedia. El último whatsapp de la vicepresidenta Calvo a Aragonés y Artadi, tenía algo de esa sequedad con que se despiden los mariscales de campo antes de dar la orden de ataque. Con buen sentido se evadieron los reproches. La pregunta es: ¿podían hacer otra cosa ambos actores?

No. ¿Cómo dejar de hablar de autodeterminación cuando el día antes se iniciaba el juicio contra todo el Consell de la Generalitat y la Presidenta del Parlament? ¿Cabía una sentencia más dura contra ellos que decirles que sus fuerzas políticas ya habían renunciado a la autodeterminación, cuando ellos eran juzgados por la proclamación de la república catalana? ¿Había forma más cruel de abandonarlos? Pedir que en cuestión de días se renunciara al derecho de autodeterminación, cuando no solo no están curadas las heridas más recientes, sino al iniciarse el juicio de los políticos presos que protagonizaron aquellos fatídicos sucesos, era algo más que imposible. Todas las tragedias surgen de un tiempo condensado que desarbola las mentes y pasan por un instante en el que aparece la maldición de las coincidencias simbólicas.

Era preciso distender los resortes del conflicto porque llevaban a escenarios muy feos. Esta coincidencia de sucesos, sin embargo, ha determinado la decisión de los actores. Sin embargo, habrá que pedir tiempo para Cataluña. Es hora de saber que manejamos un asunto peligroso y que cualquier solución perentoria no hará sino agravar las cosas. Moderar las posiciones enfrentadas va a ser un largo proceso. Pensar que en las condiciones actuales el Estado pueda reconocer sin más el derecho de autodeterminación es utópico, tanto como pensar que Cataluña deje de ser un foco de tensiones para España. No incluso la democracia, sino sobre todo la democracia requiere un contexto de celebración y unos rituales sociales que están lejos de estar vigentes en Cataluña. Tomar decisiones de enorme trascendencia en situaciones de excepcionalidad respecto de la paz cívica, o en momentos en que una parte de la población culpabiliza a la otra, es escribir las primeras páginas de una gran tragedia.

Los actores deben instalarse en una mirada que les dé tiempo, porque lo propio de las situaciones trágicas son los tiempos acelerados. Esos momentos alcanzan su característica acelerada cuando los actores creen que les falta tiempo. Por eso deben entregarse a procesos de escalada. Por el contrario, todos los éxitos de la cultura humana proceden de lograr ganancia de tiempo. Si algo ha tenido de bueno el Gobierno de Sánchez y el acuerdo de las fuerzas de progreso que lo han apoyado, ha sido que no ha tenido prisas para rodear el problema catalán y ha permitido una continua exploración de oportunidades para tejer contactos, forjar relaciones, articular antecedentes, generar espacios en los que la independencia no estuviera en primer plano. Ese tiempo largo ha sido provisionalmente roto por la significatividad de las coincidencias. Que la decisión a favor de mantener el Gobierno tuviera que hacerse con el juicio abierto a los líderes independentistas es la irrupción de la falta de tiempo. Mientras la sombra de ese juicio y sus consecuencias siga proyectándose sobre la política española, no podremos entrar en los procesos de acercamiento.Sin embargo, ahora se abre un periodo de reflexión y esta es la ventaja de la ritualidad electoral. Todo la estrategia del Estado ha de pasar por que la mentalidad en el mundo separatista no esté dominada por el síndrome Puigdemont. Por supuesto, este hombre ha proclamado al mundo que no espera nada de España, pero debería decirnos en qué país tiene puesta su esperanza. Ahora bien, si el Estado finalmente no es capaz de ofrecer un nuevo comienzo a la situación en la que están los políticos presos, si todo lo que tiene que ofrecerles es un futuro de 25 años de cárcel, entonces Puigdemont ganará. Si su mentalidad se traslada a todas las fuerzas políticas, entonces no habrá forma de ganar tiempo para devolvernos a un nuevo contrato que muestre la posibilidad de convivencia hispanocatalana.

Pero cuando reflexionamos y sabemos todo esto, entonces viene un señor y proclama que el 28 de abril se juega la opción entre vender España a los independentistas, o una aplicación radical del artículo 155, y que lo que se está realizando con estas conversaciones iniciales del Gobierno Sánchez con el grupo de trabajo de la Generalitat es sencillamente el programa de ETA. Yo sugiero que esto es tan grave e irresponsable como proclamar simbólicamente la independencia de Cataluña. ¿Se quiere decir con más claridad que se prepara la ilegalización de los partidos catalanistas? ¿Se puede afirmar de forma más insensata la criminalización de una gran parte de la ciudadanía catalana? Este señor, Pablo Casado, no desea jugar en el largo plazo. Se lo juega todo a ese día. Sabemos por qué. Está instalado en el tiempo corto de ?César o nada?. Si no gobierna, perderá la confianza de su partido, si es que no la ha perdido ya. Y por eso tiene que acelerar su discurso y radicalizarlo, y llevarnos a una situación de no retorno respecto de Cataluña que, de realizarse, comprometerá la democracia española.

¿He de mostrar un detalle más para concluir que este hombre no tiene oído para la tragedia que prepara? Supongamos que gana el 28 de abril y establece, como anuncia, el artículo 155. Eso implicaría imputar por algún delito a los actuales gobernantes catalanes y buscar su prisión preventiva. Luego esperaría que se radicalizaran las actuaciones de los CDR. Y desde ahí, Casado espera tener la oportunidad de ilegalizar a las fuerzas independentistas y, con unas elecciones bajo esta providencia, entregar la Generalitat a un gobierno títere de Madrid.

No tener oído para la tragedia a veces es sencillamente fantasear que el mundo es de tal naturaleza que se plegará a nuestros sueños. Pero poner el destino de un país entero bajo esa atmósfera siniestra en la que un descerebrado se pone al frente de todos los descerebrados, como el ciego que guía a otros ciegos, es la manera más directa de alterar el tiempo común para dar una oportunidad a un tipo que siempre tuvo prisas, que siempre arrastró a otros a acortar los tiempos, en su licenciatura, en sus másteres, en su política. Esperemos que los españoles nos demos cuenta de esto, y así nos demos tiempo el 28 de abril.

José Luis Villacañas.

Catedrático de Filosofía

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