Hace ahora casi un año se celebraba el Día de la Mujer. Fue un gran día, un éxito indiscutible como convocatoria política, un aldabonazo feminista que emocionó a cientos de miles de mujeres y hombres en todo el país. Recuerdo que me referí entonces, en una columneja, al interminable y muy discutible manifiesto de la huelga general feminista, insistí en que su relevancia era limitada, porque la propia protesta evidenciaría en manifestaciones y concentraciones su carácter transversal y su pluralismo ideológico. Pensé incluso que las propias responsables del manifiesto tomarían nota y sortearían en siguientes convocatorias un pronunciamiento tan hiperideologizado y con una vocación doctrinal que lindaba con lo eclesiástico. Dentro del propio movimiento feminista se debatió si repetir el siguiente 8 de marzo la convocatoria de una huelga general suponía la estrategia más acertada. Toda la experiencia acumulada en siglo y medio de huelgas te indica lo contrario. Es difícil hallar un esfuerzo tan inútil como ritualizar una huelga: finalmente se convierte en un amuleto más que en un instrumento de participación cívica. Y la gente deserta.

Como suele ocurrirme, me ha equivocado. Habrá huelga o eso se pretende. Y el manifiesto del Día de la Mujer de 2019 es aun más largo, más excluyente y más sectario que el del año pasado: un texto frente al que cualquier ensayo de Judiht Butler parecería escrito por Laura Ingalls. Cuesta no detectar una singular paradoja entre los postulados programáticos de un manifiesto tan radical (y torpe) y el apoyo cuasiuniversal a una "jornada de lucha" que tiene las simpatías del Gobierno, la mayoría de los partidos, los sindicatos, los colegios profesionales y las asociaciones de vecinos: de Patricia Botín a los chicos y chicas de la CUP. O el manifiesto es un sulfuroso ejercicio de retórica desconectado de cualquier potencia transformadora o la nueva ola feminista está a punto de ser envasada como bebida refrescante para consumo de todos.

Y no se trata de diferencias o tensiones entre el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia a la hora de dirigir un movimiento y decidir su papel operativo y sus propuestas en el espacio público español en los próximos años, sino de centrarse en un conjunto de políticas, medidas y acciones que siguen siendo tan imprescindibles como urgentes. No lo es la penúltima ocurrencia de Podemos: cortar cualquier subvención pública a entidades que no cumplan con la paridad entre géneros como, por ejemplo, la Real Academia de la Lengua. O se designa a una quincena de académicas -vienen a decir- o los fondos destinados a investigación, becas o divulgación de la Real Academia deben suspenderse y al carajo con todo. Para conseguir viralizar esta melonada, una señora de Podemos pidió a Arturo Pérez Reverte que renuncie a su plaza de académico para que entre una escritora, porque además los escritores que no le gustan a Podemos -a las dirigentes de Podemos- deben ser molestados y zaheridos por sus morados ovarios. Esta ristra de imbecilidades sobre la misión y los objetivos de la Real Academia -cuya número dos y secretaria es una mujer, la profesora Aurora Egido- le sirve a Podemos para no comentar que entre sus candidatos a presidir comunidades autonómicas el próximo mayo solo dos son mujeres.