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Condena eterna

El de Pilar Baeza es uno de esos pasados que nunca acaban de pasar. En 1985, con veinticuatro años, fue condenada a treinta de cárcel, de los que cumplió siete, como cómplice por el asesinato de un panadero de Leganés que la violó. Los ejecutores materiales fueron su entonces novio y un amigo. Ella puso la escopeta, sacada de la armería de sus padres. Ahora es la candidata de Podemos a la Alcaldía de Ávila. Su futuro político será una incógnita hasta el 26 de mayo, pero en torno a su caso, paseado con regusto y revisionismo por los tugurios televisivos, cavan trincheras quienes consideran que ni el cumplimiento de la pena redime del asesinato. Entre ellos está Rafael Hernando, el antiguo portavoz parlamentario del PP, quien distingue entre la posible reinserción y "la ética y la moralidad de una persona que ha cometido un delito de esa terrible gravedad". Es decir, que en el fondo de cualquier condenado sigue latente, pese a las apariencias, aquello que lo movió al crimen. En definitiva, la redención no existe, lo que da sentido a las penas permanentes e incluso a la de muerte. Es la negación de toda posibilidad de cambio personal, aunque resulte sabido que ni el castigo ni las sucesivas capas de la vida borrarán nunca la culpa de quien de verdad de arrepiente de su crimen. Frente a esas posiciones, Podemos arropa a su candidata y la defiende como "modelo de reinserción". Más de tres décadas después, Baeza no se reconoce en "la joven ingenua y sin experiencia" que era cuando ocurrieron los hechos. Desde que salió de la cárcel lleva una "trayectoria personal sin reproche alguno" y su paso al frente en la contienda electoral ha propiciado un "linchamiento", término muy adecuado al contexto. Siempre quedará la duda de si su entorno político se acogería también a la impecable regla de cumplida la condena persona nueva en el caso de que el delito fuera otro, distinto del de la víctima que se toma la justidcia por su mano.

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