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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

Por el feminismo imperfecto

Es realmente intrigante. ¿Cómo rentabilizar políticamente toda la energía crítica y propositiva demostrada en las manifestaciones feministas de ayer? Eso quizás sea lo más importante. Eso y que la derecha casadista haya cometido la estúpida torpeza de retirarse y despreciar abiertamente la agenda feminista, obsesionada por no perder votos ultras que, hasta anteayer, se llevaba sin mayores problemas. Y, negativamente, lo más relevante es el combate para apropiarse del movimiento de reivindicación feminista: lo ha intentado hacer el Gobierno socialista, lo intentan hacer las fuerzas de izquierda, lo intentan organizaciones y sectores que, desde la ingenuidad o el cinismo, actúan como si los cientos de miles de manifestantes fueran inequívocamente anticapitalistas, ecosocialistas o entusiastas de la teoría queer. Las que berreaban ayer consignas contra el PP o insultaban a cargos o militantes de Ciudadanos o incluso silbaban despectivamente a alguna ministra socialista.

El respaldo creciente al movimiento feminista no es el apoyo a unas siglas, sino a unos principios y demandas, y quizás por eso se ha convertido en un fenómeno cada vez transversal y multitudinario. Como en el 11-M los partidos -inclusos los mejor recibidos, aquellos que se declaran feministas- están de más. Los partidos, en el mejor de los casos, son compañeros de viaje que deben mantener las formas y demostrar un respetito que es muy bonito. Admitiendo el riesgo del reduccionismo caricaturesco, esto es relativamente sencillo y pude formularse en una frase: queremos ser respetadas. Es un cansancio que viene de siglos y colma los siglos: estamos hartas de ser vejadas, de cobrar menos por el trabajo, de representar únicamente el 15% en los consejos de administración, de seguir sufriendo una extenuante doble jornada laboral, de modelos sexuales en los que la autonomía femenina es sistemáticamente cuestionada, de una de ser una mayoría minorizada por un poder masculinizado que -como todo poder- jamás cede nada sin presión, sin crítica, sin un posicionamiento moral y una voluntad de liberación de quienes la sufren.

Si hay algún enemigo de la fuerza inclusiva del feminismo es, precisamente, aquellos feminismos con vocación doctrinal que pretenden hegemonizar el discurso y transformarlo en su propia voz: una zarza ardiente transmitiendo un mensaje indiscutible y amenazando con el fuego purificador a los que no estén dispuestos a asumirlo. Las que creen que una feminista buena es siempre una buena feminista. Deberían leer -o releer- a Roxana Gay y su divertido libro (Soy una mala feminista) para saber que el verdadero futuro transformador del feminismo está en manos de feministas imperfectas, irónicas, capaces de reconocer sus contradicciones -alguna divertidas y otras amargas- y de negociar dentro y fuera del movimiento para conseguir un mundo más justo, más igualitario, más pacífico y más convivible para hombres y mujeres y todo lo que, imperfectamente, podamos inventar.

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