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REFLEXIÓN

El hombre isla

Decir que la izquierda en general y la española en particular está ensimismada, presa de sus complejos y miserias, no es nada nuevo. Sin ir más lejos, es un tópico que, cada día que pasa, más real se vuelve. No obstante, lo que ahora se palpa en el gobierno de España es otra cosa. Resulta que tenemos un presidente en funciones que actúa al margen de cualquier consideración del adversario político. Asombra que un individuo se crea la encarnación de las mejores virtudes y, por otro lado, desoiga los mensajes y advertencias que la misma realidad le lanza. Sólo hay un modo de comprender esta actitud de superioridad y desprecio, y es la que tan magníficamente describió D. H. Lawrence en una obra poco difundida y peor traducida, cuyo título ya apunta al mal que afecta al doctor Sánchez. En El hombre que amaba las islas se suceden páginas, pocas por cierto, en las que queda palmariamente descrito el síndrome de Pedro el Breve. Lean y pásmense: "El Amo no era un tirano. ¡Claro que no! Era un Amo delicado, sensible y generoso, que quería todo perfecto y a todo el mundo feliz. Y quería ser él, por supuesto, la fuente de esa felicidad". Ni la relatora gubernamental, la señora Lozano, lo hubiera razonado mejor por mil biografías que hiciera del personaje. Sánchez es la esencia del isleño, cuerpo y sangre de un Ser que pertenece de suyo al "mundo medio real y extraño de los dioses". Un portento de la historia al que habría que escuchar "con los sombreros en la mano", según el brillante británico. Lo que ocurre, como diría nuestro querido Pedro García Cabrera, es que a este isleño le falta el mar, el límite y la frontera que a los insulares nos da prudencia y sosiego. Le sobra tanto la tierra que ni la concibe. Es el poblador de una isla, por supuesto, pero una isla fuera de este mundo.

Escribía Lichtenberg que uno debía esforzarse "por no estar por debajo de su época", pero el señor Sánchez lo ha entendido a su manera, que no es otra que olvidarse de ella. Y, ya se sabe, el que está más allá de los tiempos o bien es una bestia o bien un Dios, en las sabias palabras del Estagirita. Nuestro particular "hombre isla", como el hombre masa de Ortega, está a la espera de su catalogación, de una etiqueta que le hunda en las entrañas del olvido o, por el contrario, lo aúpe a los cielos de la eternidad. Pero, mucho me temo, visto el personaje y su trayectoria, que se le aplique la conseja de don Leonardo, el Lucifer de Las cinco advertencias de Satanás de Jardiel Poncela: "La muerte, los médicos y yo hacemos visitas cortas; ¡son tres oficios rápidos!" Y a fe que ha sido breve el Señorito de la Moncloa, el renacido de Ferraz y azote de la vieja guardia, el hombre isla que se "había reducido a un solo punto en el espacio y el tiempo y, puesto que un punto no tiene ni longitud ni anchura, tuvo que apearse de él a algún otro lugar" (Lawrence). ¿Qué lugar será ese? Desde luego, España no es, porque, de ser así, ya nos habríamos enterado. Por fin, lo ha conseguido el doctor Sánchez: vivir una existencia paralela, en un mundo irreal de "pura perfección, hecho por él mismo" a su imagen y semejanza, como vaticinara el genio de El amante de lady Chatterley.

Juan Francisco Martín del Castillo. Doctor en Historia y profesor de Filosofía

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