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punto de vista

El profesional de la arquitectura y la sociedad de hoy

Me veo obligado a transmitir el momento crucial por el que atraviesa actualmente el colectivo de arquitectos y arquitectas. Durante los años 60 y 70 el señor arquitecto formaba parte de una élite reconocida por la sociedad que sin duda gozaba de un alto nivel de prestigio, junto con los médicos, abogados, notarios, registradores, etcétera. España estaba incorporándose a la revolución aperturista, después de unos años duros de posguerra se abría a Europa. Desde el otro lado de los Pirineos llegaban los visitantes en busca de nuestro sol y nuestras playas a precios muy competitivos. El despertar del turismo había irrumpido. Mucho ha cambiado la sociedad desde entonces, también el acceso a los estudios especializados como los de arquitectura. Mientras que mi generación tuvo que estudiar en Valencia o Madrid, en la actualidad existen ya cinco escuelas en nuestro ámbito regional más cercano, por lo que el número de arquitectos también ha aumentado considerablemente.

Un reciente estudio del CSCAE en el que participaron más de 8.000 profesionales muestra las complicadas condiciones laborales que padece el colectivo. Los profesionales de la arquitectura tardan entre 6 y 8 años en realizar la carrera. En un contexto estatal de precarización de las condiciones laborales, esta realidad no es ajena a un colectivo de gran talento, formación y reconocimiento dentro de la UE. En muchos casos, se ven obligados a emigrar para ejercer la profesión dignamente, algo que su país de origen frecuentemente no les permite desarrollar. Como sociedad, hemos fracasado a la hora de racionalizar y gestionar unos recursos limitados, como los que se dedican a la formación, primando lecturas de poco recorrido en lugar de apostar por una planificación de necesidades optimizada, que permita un retorno equilibrado a la sociedad. El talento que tanto ha costado a los españoles forjar se produce en nuestras universidades con dinero público y luego es aprovechado por otros países, que reciben nuestro conocimiento sin invertir un solo euro en esa formación. La media estimada en formar a un universitario de una carrera técnica es de más de 60.000 euros por estudiante. Nuestra sociedad todavía está lejos de ser una democracia adulta en la que sus ciudadanos ejercen como tales. Los políticos nos han vendido la paradoja de que ejercitar el derecho al voto es nuestro mayor símbolo de libertad. A unos pocos les interesa que las voces e ideas críticas estén silenciadas por la complacencia de un falso mito, ya lo decía Platón con su mito de la caverna. La importancia de la obra La República es la exposición de conceptos y teorías que nos llevan a los cuestionamientos actuales sobre el origen del conocimiento, el problema de la representación de las cosas y la naturaleza de la propia realidad. La sociedad civil debe ejercitar, de una manera mucho más evidente, sus reivindicaciones, sus necesidades, su crítica constructiva y una actitud mucho más diligente frente a las decisiones del poder pendular. Al fin y al cabo se está decidiendo sobre su presente, su medio ambiente, sus hijos y su futuro, que a menudo se dibuja con trazos inciertos.Pese a la precarización de las condiciones de trabajo, en esta última década los profesionales de la arquitectura han conseguido redefinirse, interviniendo además en otras actividades ajenas a su campo, gracias a la apuesta por la formación, la reconversión digital, multidisciplinar, técnica, cultural y creativa. Han conseguido adaptarse con éxito a los retos exigidos por el sector, pero también han despuntado en negocios como la hostelería, empresas, diseño, software, publicidad, etcétera. La civilización actual nos obliga a la especialización y la diversificación, siendo la formación continuada el mejor aliado para no quedar fuera de la carrera.

La arquitectura se configura como una disciplina capaz de aunar conocimientos humanísticos, técnicos, económicos, legales o artísticos. Sin embargo, en muchas ocasiones el colectivo ha sufrido el maltrato y la falta de reconocimiento de su esfuerzo. La cultura de la oferta y la demanda y del low cost son una abrupta realidad que se ha instalado en la coyuntura actual, eliminando de la ecuación valores como la excelencia, el buen trabajo o el reconocimiento a un profesional que pone a disposición del cliente su amplio conocimiento, su responsabilidad jurídico-técnica y la necesidad de una renovación continua. La Administración, dentro de esta cultura de desafección al valor intelectual, lejos de ejemplarizar con sus actos y por ende con la legislación que produce al ritmo del paso de la legión, enfatiza y abona con un fertilizante que, en lugar de mejorar una tierra yerma, profundiza la cultura de lo rápido, lo barato y la producción por lotes.

Juan María Boix García. Arquitecto

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