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Javier Durán

Reseteeando

Javier Durán

Domingo de cambio de hora

La cosa está tan abrupta que algunos se fueron a la Tao, que es "el camino" o "la doctrina" en chino, para recibir las aguas de Smith un domingo con una hora de más. Sin ningún tipo de efecto mariposa, elegí Universo Manrique, si bien en la disco-bar mantuve a un corresponsal -me tocó guardia- para que me chismase por el celular sobre las contracciones emocionales del juez Alba, seguidor nato del boina verde, y algunos de sus disparates: sin ir más lejos, reivindicar el toro en una tierra de gallos de pelea, pero es que el godo es godo. Y mientras el taoísmo sudaba, me dediqué a auscultar el desmadre vital del artista lanzaroteño en combinación con su compromiso contra la orgía del ladrillazo turístico. Al mismo tiempo que Smith arañaba la arcilla de su caverna, yo estaba en Taro de Tahíche conociendo qué era la felicidad manriqueña, por no hablar de la relación epistolar que mantuvo con Dámaso a través de cartas-collage, por cierto una de ellas iluminada en pleno centro por una penetración brutal. Me dicen que Smith, no mister Smith, está en trance xenófobo, creando bulla contra la inmigración, algo de rango miserable, siempre al tuétano de lo primario. Disfruto, no obstante, de la dolce vita que introduce Manrique, que crea el primer showroom nacional para que el franquismo sociológico conozca en su propia casa sus creaciones artísticas. No soporto a Smith. Veo un noticiario sobre sus decorados y los de Millares en el escaparate del Corte Inglés. Los peatones se quedan asombrados ante el despliegue abstracto: algunos se mean de risa y otros mueven la cabeza de un lado a otro indignados. Observo las helechas que cuelgan del techo del CAAM, un perfume de la casa del artista, y me llevó consigo una nostalgia tremenda por un tiempo desaparecido. ¿No sé cómo puede existir un tal Smith?

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