Las cloacas forman parte de la instalación. En las casas hay cocina y retrete porque las personas tenemos boca y ano. En el Estado hay palacios y cloacas, ley y trampa, policía y hampa, violencia legítima y no.

La de pocero es otra vocación como cualquiera. Hay gente escrupulosa que no ganará una estrella Michelin cocinando vísceras, ni practicará la nobilísima especialidad médica de la proctología y hay policías, como José Manuel Villarejo, que prefieren bajar a la alcantarilla a subir al despacho y ministros del Interior, como Jorge Fernández, que se peinan indistintamente con el cepillo del pelo que con la escobilla del váter.

El poder en España ha bailado al son de Villarejo, productor musical del rap político y financiero. Sus grabaciones incluyen duetos de Juan Carlos y Corinna cantando de un cantón suizo y le han dado para poseer 22 pisos, chalés, locales y plazas de garaje, por hablar sólo de lo inmueble. Muchos seguimientos los encargó el multimillonario Francisco González, hasta hace unas semanas presidente de honor del BBVA, hoy practicante de actividades al aire libre. Los excrementos de esas harturas de confidencias alimentan a especies coprófilas como Eduardo Inda.

La boca de la alcantarilla despide mal aliento, pero tiene algo de la atracción de los abismos y, así, Dolores Delgado, antes de ser ministra de Justicia, pudo tener una conversación masculina con hombres de verdad y sentir la excitación de arrimarse al matón y hablar su jerga de tú a tú. Ni en serio ni en broma se nombra como "policía patriótica" a estos agentes al servicio de los poderes y del autoservicio. La cloaca, ministro Grande-Marlaska, sigue donde estaba y dará trabajo mientras haya poceros. Como usted sabe.