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CARTAS A GREGORIO

Manuel Ojeda

De su puño y letra

Querido amigo. El mes pasado, cuando el suegro de mi primo Paco cumplió 80 años, su nieta Clara le regaló un móvil y le enseñó a enviar mensajes por Whasapp, pero lo que no se esperaba Clara era que su abuelo escribiera en el móvil con las mismas expresiones y palabras de cuando escribía de su puño y letra con pluma estilográfica y papel verjurado, como si estuviera escribiendo una de sus cartas hace más de sesenta años: "Espero que al recibo de esta te encuentres bien junto a los tuyos. Por aquí todos bien, gracias a Dios..."

Para la mayoría de las personas que han cumplido esa edad, cualquier documento escrito es algo que se debe tomar en serio, no importa que se escriba con tinta y papel o en el teclado de un teléfono móvil como se hace hoy.

La cuestión es que cuando dejamos constancia de algo por escrito hay que ser más consecuentes, además de educado y respetuoso. Pero no parece que la buena educación preocupe mucho a la gente de hoy.

La mayoría de los jóvenes de ahora no ha recibido nunca una carta o una tarjeta postal por correo, seguramente porque tampoco ellos se habrán ocupado de enviarlas.

Recibir una carta manuscrita de alguien que se encuentra lejos es emocionante. En primer lugar porque parece un milagro que un pequeño sobre de papel venga desde lejos y pase por tantas manos hasta llegar a tu buzón. Luego lo abres con el temblor de algo que sabes que se ha hecho pensando en ti y, al desdoblar el papel, notas el tacto de quien tan cuidadosamente te escribe, y hasta puede que percibas su olor y el hálito de su aliento.

No hay duda de que a veces se escriben cosas a sabiendas de que ya todo está escrito y leído, aunque siempre depende del cómo, el cuándo y el por qué se escribe.

Nunca he pensado, Gregorio, que lo que te digo sea nada nuevo para ti pero, aún así, el contártelo hace que algunas cosas vuelvan a salir de nuestra memoria para demostrar que siguen siendo tan válidas y ciertas como lo fueron cuando éramos más jóvenes.

Mi madre solía contarme miles de veces las mismas historias, pero no era porque ella se hubiera olvidado de habérmelas contado, sino porque no quería que se me olvidaran a mí.

Las cosas que recuerdas siguen vivas para quien las cuenta y para quien las escucha por mucho que haya pasado el tiempo. No recordar las pequeñas cosas de tu vida es como no haberlas vivido, así que, aunque solo fuera por eso, tenemos que seguir contándolas.

Por lo pronto voy a seguir repitiéndote nuestras historias para que no se mueran, Gregorio, como hicieron nuestros abuelos, o como decía el suegro de Paco cuando le contaban un chiste viejo: "Vuelve a contármelo, que quiero volver a reírme..."

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.

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