La Provincia - Diario de Las Palmas

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tropezones

Breverías 62

Me tocó hace unos días resolver una situación bastante embarazosa. Cometí la imprudencia de aceptar una invitación a una cena en un restaurante de postín pese a estar a merced de unos ataques de tos, recurrentes y pertinaces, como en una carrera de relevos donde una arremetida parecía tomar el relevo de la anterior, pero aumentando si cabe, el nivel de decibelios. Al comprobar en uno de esos accesos que se creaba una suerte de temeroso vacío a mi alrededor, con críticas miradas reprobatorias de las mesas colindantes, y al ser ya tarde para iniciar una prudente retirada al baño, me encaré con la situación. En un momento de recuperación de mis cuerdas vocales, me dirigí a mis mesas contiguas, asegurando con voz firme: "No es contagioso. Es una tos alérgica.". Aquello fue mano de santo. Los rostros de mis compañeros de comedor, ya aliviados al esfumarse la espoleta infecciosa de mi predicamento, se volvieron con simpatía hacia mí, ofreciéndome buchitos de agua y otros reconfortantes placebos. Con un semblante, que si tuviera que interpretarlo, me atrevería a calificar de: "Ah bueno, muérase tranquilo, no pasa nada".

Una de las anomalías de la isla de El Hierro, la más occidental de las Canarias, es que su capital no está al nivel del mar como las demás. Históricamente, por su vocación defensiva ante los embates de las incursiones piratas del pasado, sus primeras poblaciones no sólo se asentaban en la parte alta de la isla, a unos 1.000 m sobre el nivel del mar, sino que las construcciones de piedra se mimetizaban hasta tal punto con el paisaje, que un observador no avezado podría estar mirando todo un poblado sin verlo. Pero como me señalaba mi buen amigo A.Z. esta afición a las alturas, perpetuada en su asentamiento capitalino de Valverde, tiene una segunda derivada, poco afortunada en estos tiempos de aprovechamiento turístico. Efectivamente, la temperatura que se reseña diariamente en los medios para la isla, es la de una estación meteorológica próxima a su capital, a una altitud superior a los 1.000 m, y no la del aeropuerto, pongamos por caso, a tan sólo 32 m sobre el nivel del mar. Con lo cual las temperaturas máxima y mínima reseñadas son por término medio hasta 6 o 7 grados más bajas que las del resto de las islas. Con lo cual, además de una situación ya de por sí más periférica y lejana, y por tanto más distante de los circuitos turísticos de las demás islas, El Hierro habrá de contrarrestar una injusta vocación de Siberia canaria. Lo cual no deja de ser bastante desafortunado para el turista despistado, sobre todo si proviene de centro Europa o de Escandinavia, ávido de playas tropicales, y que al ver el gélido panorama que le brinda el servicio meteorológico, desviará su elección hacia un destino más templado.

De lo que advierto desinteresadamente a las autoridades herreñas en general, y a su Patronato de Turismo en particular, para que sin demora pongan coto a este insospechado daño colateral, fruto de un primigenio afán de aislamiento, tal vez conveniente en su momento, pero totalmente contraindicado en nuestros días. Por ejemplo velando por que en el futuro se publiciten las temperaturas oficiales de la estación meteorológica de su aeropuerto, acariciada por las cálidas brisas marinas prevalentes en todo el archipiélago.

P.D. este periódico sí ha tomado cartas en este agravio, corrigiendo la situación en sus publicaciones. Gracias, Sr. Director.

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