La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

las cuentas de la vida

Quema de libros

Hay una historia oculta de la destrucción que obedece a una constante del ser humano: Savonarola en la Florencia renacentista y los monjes iconoclastas en la antigua Bizancio, para ceñirnos al pasado. Y, si no queremos salir del marco religioso de este último medio siglo, el furor de miles y miles de sacerdotes en contra del Vetus Ordo -la Misa Tridentina rezada en latín- tras el Concilio Vaticano II. O la destrucción, a manos del islamismo radical, de los Budas de Bamiyán o del templo de Baal -signo de un antiguo politeísmo- en Palmira. Los dioses molestan porque reflejan el contenido de una fe que se considera hostil al credo dominante y que se quiere reducir al silencio. La libertad molesta porque la realidad resulta inquietante y peligrosa para las mentalidades fanáticas. Que una variante especialmente puritana de la -por otro lado necesaria- corrección política se vaya imponiendo en nuestras sociedades es algo más que una obviedad palpable. Se trata de una tentación recurrente a la que no debe ser ajena la vocación de dominio propia del ser humano. "La búsqueda de la perfección -escribió hace varias décadas el filósofo inglés Michael Oakeshott- a través de la distancia más corta es una actividad impía a la par que inevitable en la vida humana. [?] Para una sociedad el castigo es un caos de ideales en conflicto, el trastorno de la vida en común, y la recompensa es el renombre que se asocia a una locura monumental".

Un colegio de Barcelona ha decidido expurgar el 30 % de su biblioteca infantil -la etapa que va de los tres a los seis años- por su supuesto contenido sexista. Los cuentos clásicos de los hermanos Grimm o de Charles Perrault responden a patrones morales que difícilmente casan con la ideología de género, la cual, una vez radicalizada, actúa como una inquisición señalando qué se puede leer y qué no. Por supuesto que hacen mal, porque la intransigencia doctrinal suele provocar efectos reactivos, además de comprometer la vida en común, según señalaba Oakeshott. Se entiende, sin embargo, que los censores se preocupen por los efectos morales de la lectura de los clásicos, porque la sensibilidad que construyen -las verdades íntimas a las que apelan- enriquece nuestra mirada sobre el mundo de una forma más penetrante que cualquier ideología. Los cuentos de hadas -como recordaba Chesterton- nos hablan de una sociedad que ha perdido la cordura, pero en la que subsiste la esperanza, reflejada en el valor y la confianza que muestra el héroe. Son sencillamente historias de amor que sugieren el poder último de la bondad, frente a la lógica cruel y despiadada del hombre.

El deseo de destruir la riqueza de nuestro pasado, de silenciar aquello que ilumina nuestras sombras a veces de forma perturbadora, trasluce el miedo inherente al puritanismo. Se diría que se trata de una forma de neurosis como cualquier otra. El malestar crónico inducido por el temor, la ansiedad que provoca la falta de anclajes y la incertidumbre ante el futuro alimentan una rigidez moral cada vez mayor. La literatura y el arte son algo mucho más complejo que lo que marca el corte de una comisión de ideólogos, sean padres, maestros o pedagogos. Enriquecer la realidad poco tiene que ver con la negación del pasado, aunque en él abunden los errores al igual que sucede en nuestra época. Regresar a ese tiempo en que se quemaban los libros tiene mucho más que ver con la locura de la razón que con la razón misma.

Compartir el artículo

stats