La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

OBSERVATORIO

Contra las patrias

El título que encabeza este artículo no es mío. Lo tomo de un libro que Fernando Savater publicó en 1984 y en el que reunía un conjunto de textos dedicados a la situación política del País Vasco. Tuvo éxito y hubo una segunda edición, corregida y aumentada, en 1996. Su objetivo polémico era el terrorismo de ETA y sus presupuestos ideológicos. Desaparecida ETA, el libro es hoy, más que nada, un documento histórico; sin embargo contiene argumentos y consideraciones que me parecen pertinentes para la situación política española de hoy.

Uno de ellos concierne al carácter circunstancial de la noción de patria. Frente a una cierta concepción esencialista, acuñada por los nacionalismos de los siglos XIX y XX, Savater argumentaba que las naciones son fruto de los avatares accidentales de la historia. Citaba y hacía suyo un pasaje de Georges Santayana: "El país de un hombre, en el sentido moderno del vocablo, es algo que nació ayer, que modifica constantemente sus límites y sus ideales, es algo que no puede perdurar eternamente. Es el producto de accidentes geográficos e históricos. Las diversidades entre nuestras diferentes naciones son irracionales. Cada una de ellas tiene el mismo derecho ?o necesita tener el mismo derecho- a sus peculiaridades. Un hombre que sea justo y razonable debe hoy en día, en la medida en que se lo permita su imaginación, participar del patriotismo de los rivales y enemigos de su país, un patriotismo tan inevitable y conmovedor como el suyo. Como la nacionalidad es un accidente irracional, lo mismo que el sexo o el carácter orgánico, la lealtad de un hombre hacia su país debe ser condicional, por lo menos si es un filósofo. Su patriotismo debe subordinarse a la lealtad racional a cosas como la humanidad y la justicia".

Las patrias son fruto de accidentes geográficos e históricos. La consideración es obvia, pero no deja de ser sugestiva. Veamos un ejemplo. En el siglo XVII los dominios de Felipe IV, un monarca de la casa de Austria, además de extenderse por otros lugares de Europa y del mundo, abarcaban la totalidad de la Península Ibérica. En 1640 tuvo que enfrentarse a dos insurrecciones peninsulares, una al este, en el condado de Barcelona y dominios anexos, y la otra al oeste, en el reino de Portugal. El rey de Francia y el rey de Inglaterra intervinieron apoyando a unos u otros rebeldes. La guerra duró muchos años y terminó con paces separadas. Al oeste, Felipe IV perdió el reino de Portugal, que pasó a manos de una dinastía nueva: los Braganza. Al este continuó conservando el condado de Barcelona y parte de los dominios anexos, pero tuvo que ceder al rey de Francia los territorios que se extendían al norte de los Pirineos. Las fronteras geográficas que quedaron establecidas entonces son, a grandes rasgos, las que delimitan la España de hoy. Si Felipe IV hubiera concentrado mayores esfuerzos bélicos al oeste, en detrimento del este, o, simplemente, si el azar de las armas así lo hubiera querido, esas fronteras serían hoy diferentes. Cataluña podría ser hoy una región o departamento más de la República Francesa, como lo es el Rosellón, que había pertenecido a Felipe IV. O, alternativamente, un Estado independiente, al que los españoles miraríamos con una simpatía o una indiferencia parecidas a la que sentimos frente a Portugal, que también había pertenecido al mismo rey.

Se pueden mencionar ejemplos más recientes. En el siglo XIX, el Reino de Suecia abarcaba la totalidad de la Península Escandinava. En 1905 los representantes políticos de las regiones occidentales decidieron separarse y apareció un nuevo Estado, el Reino de Noruega. La frontera que apareció entonces y que divide la Península Escandinava de norte a sur es hoy una de las fronteras exteriores de la Unión Europea. Hay ejemplos más recientes. En 1992 la República de Checoeslovaquia desapareció para dar paso a dos nuevos Estados soberanos, la República de Chequia y la República de Eslovaquia. Las dos son miembros de la Unión Europea y la frontera que las separa tiene la misma naturaleza que la que separa España de Portugal o de Francia.

Tanto en el caso de Noruega como en el de Chequia y Eslovaquia la aparición de nuevos Estados fue resultado de procesos pacíficos. Su efecto sobre la vida de sus ciudadanos fue corto y poco significativo. Los noruegos de hoy viven un poco mejor que los suecos, pero no porque se hayan separado, sino porque han encontrado petróleo en su territorio. Los checos y los eslovacos de hoy viven mejor que sus padres checoeslovacos, pero no porque se hayan separado, sino porque se han integrado en la Unión Europea.

No siempre ocurre así. Más o menos en las mismas fechas en que se disolvía Checoeslovaquia comenzaba a disolverse Yugoslavia, un Estado creado también en el siglo XX, cuyo nombre era ya todo un programa político (en serbio significa algo así como "gran patria de los eslavos"). En su territorio hay hoy seis Estados independientes. Como todo el mundo sabe, el proceso de disolución ha sido largo y ha traído consigo guerras y matanzas que el Tribunal Penal Internacional de La Haya ha calificado jurídicamente y condenado como genocidios. El daño producido sobre la vida y la convivencia de los ciudadanos ha sido muy profundo y probablemente durará generaciones.

Una diferencia decisiva entre los casos de la antigua Yugoslavia y de la antigua Checoeslovaquia es que en el primero había un intenso sentimiento patriótico unitario que chocaba frontalmente con otros no menos intensos sentimientos patrióticos particulares. Lo que hace tan nocivos a los patriotismos unitarios es precisamente su potencial de choque. Como escribía Savater en la introducción a la segunda edición de su libro (1996), "otro tópico que Contra las patrias pone en entredicho es el de que sólo puede criticarse cada nacionalismo desde otro nacionalismo opuesto. Esta interesada imbecilidad podría despacharse con un simple 'cree el ladrón que todos son de su condición', pero espero que esta obrita testimonie de modo más elocuente contra ella. Reitero por si acaso que el nacionalismo español es el primero que por razones históricas aborrecí y el que me enseñó a aborrecer a todos los demás".

Las razones históricas a las que aludía Savater las conocemos bien. En nombre de una patria vasca libre se estaban llevando a cabo, mientras él escribía, centenares de asesinatos. En la misma época y en otro lugar de Europa, en nombre de una patria eslava unida y grande, miles. En España y en una época anterior, pero inscrita todavía en nuestra memoria viva, en nombre de una patria española una, grande y libre, cientos de miles.

Pero los años pasan, las personas cambian y el autor de Contra las patrias defiende ahora públicamente opiniones políticas poco compatibles con las que defendía en aquel libro. En el baile de patriotismos indeseables que nos aqueja, Savater ha optado por bailar con el que tiene peores antecedentes. ¡Qué lástima!

Tomás Llorens. Historiador del Arte

Compartir el artículo

stats