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El deterioro cognitivo

Necesitamos, para entendernos a nosotros mismos, tener un modelo. Durante muchos años nos veíamos como un reflejo del universo, el microcosmos. Pero cuando en el XVI se creaban nuevos ingenios mecánicos, empezamos a describirnos como una máquina. Vesalio, el gran anatomista, había escrito su famoso tratado con el título: La fábrica del cuerpo humano. Y de esa manera, básicamente, seguimos pensando. Hemos añadido la regulación, la retroalimentación y, sobre todo, la adaptación. La capacidad que tienen los organismos vivos de adaptarse al medio es fabulosa. A Jacob y Monod les dieron el premio Nobel por haber descubierto el sutil mecanismo que tienen las bacterias E. Coli de regularse para metabolizar la lactosa. Mientras no la hay en el medio no producen la enzima que la rompe en dos, semejante a nuestra lactasa, la que dejamos de fabricar al final de la lactancia. Como nosotros, las bacterias no gastan energía en producirla si no la tienen que metabolizar. Una mutación que se transmitió de generación en generación, porque les daba una ventaja, suponemos, hizo que casi todos los europeos pudieran digerir la leche aun siendo adultos.

La adaptación al medio es, por tanto, una necesaria característica del ser vivo desde sus comienzos. Y en ella nos basamos para mejorar la salud: el ejercicio físico no es otra cosa que una demanda que hacemos al organismo para que se adapte a unas circunstancias más exigentes. De ahí que el corazón se haga más resistente, los músculos más capaces de aguantar el esfuerzo y de movilizar pesos mayores. Hay otras adaptaciones metabólicas más sutiles, menos inmediatas, pero muy favorables: mejora el metabolismo de la glucosa, de los lípidos, la estrategia de almacenamiento de las grasas, la tensión arterial, el humor... y curiosamente la funcionalidad cerebral y la resistencia al deterioro cognitivo.

¿Cómo el ejercicio físico, una cosa tan mecánica, tan alejada de la intelectualidad, tan denostada a veces por ella, puede mejorar el funcionamiento de la mente? No hay una explicación segura, quizá el ejercicio facilite la plasticidad y adaptación neuronal, además de proteger de los eventos cardiovasculares que pueden deteriorar el cerebro. El caso es que hay bastantes estudios que demuestran que las personas sanas que hacen ejercicio, comparadas con las que no lo hacen, tienen casi la mitad de riesgo de caer en el deterioro cognitivo. También se ha podido demostrar que los ya dementes, cuando hacen ejercicio, mejoran su funcionalidad tanto física como mental. Por tanto, el ejercicio puede ser una buena estrategia contra la demencia.

Desde la perspectiva mecánica y de adaptación, si la mente se ocupa de las funciones intelectuales, parecería lógico que los que más las ejercitan más protegidos estarán contra su declive. Pues, desafortunadamente, eso no está tan claro. Hay en el mercado multitud de aplicaciones informáticas para estimular el cerebro que se venden como un seguro contra la demencia. Qué utilidad tienen, además de la de entretener y quizá hacer sentir bien cuando se logra superar una prueba: hay dudas.

Goethe decía que el ajedrez es una piedra de toque para el intelecto. Quizá porque reúne las necesidades de análisis y cálculo. En el otro extremo, se atribuye a Unamuno, muy aficionado a ese juego, una reflexión que enuncia que el juego del ajedrez refuerza el intelecto... para jugar al ajedrez. Ignoro si es cierto que lo haya dicho, lo que sí parece es que es acertada. Lo sabíamos ya del ejercicio físico: si uno hace ciclismo no quiere decir que mejore su capacidad de correr. Mejora su capacidad cardiovascular, pero los músculos encargados de uno y otro ejercicio y, sobre todo, la forma en que se contraen y relajan conjuntamente no son los mismos. Algo parecido ocurre con el cerebro.

Hay varios estudios, de diferente calidad y credibilidad, que intentaron averiguar cuánto se puede retrasar o evitar el deterioro cognitivo mediante el ejercicio mental. Los resultados son dispares, pero todos apuntan en una dirección: cada ejercicio específico mejora la capacidad para desempeñar precisamente ese ejercicio, y no otros. Y no hay pruebas contundentes de que prevenga el deterioro cognitivo. Tampoco las hay de que, cuando está instalado, la terapia de juegos mentales detenga o mejore esa situación. Lo que está claro es que no la empeora, además entretiene.

Cómo funciona la mente es una pregunta que se hizo el psicólogo Steve Pinker hace años en un libro de gran difusión. El filósofo Fodor le respondió con otro que titulaba: La mente no funciona así. Argumentaba que los procesos mentales no son computacionales, que la arquitectura no es modular y que no es el resultado de un proceso de selección darwiniana. Porque para explicarla se emplean frecuentemente los tres modelos que parecen más adecuados: la informática para tratar la cantidad ingente de información, la idea de la mente como órgano de órganos para explicar su especialización y la selección natural como respuesta a todas las preguntas. Pero, realmente, no sabemos cómo funciona ni tenemos una teoría creíble.

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