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CRÓNICAS GALANTES

El regreso de los carpetovetónicos

Emergen en esta campaña electoral los modos carpetovetónicos, que son cosa de mucho reír y bien merecerían el concurso de la pluma de Luis Carandell, aquel estudioso de los shows de Celtiberia. Probablemente haya muchos votantes dispuestos a tomarse el asunto en serio, que eso lo sabremos el próximo día 28; pero no parece que la idea vaya a tener demasiado recorrido.

Carpetovetónico es, según la Academia, aquello que se considera como "característi-co de la España profunda frente a todo influjo foráneo". Sería la peculiar versión española del nacionalismo, que, como todos, no encuentra nada más notable ni hermoso que su propio país y, en consecuencia, trata de preservarlo incontaminado frente a las amenazas del exterior.

La palabra alude a los carpetanos y los vetones, pueblos prerromanos que habitaban la Península durante la Edad del Hierro a los que finalmente sometió un general de apodo tan sospechoso como Escipión el Africano. Ya por entonces llegaban de África las amenazas al ser y esencia de la nación, como se ve.

Los nuevos nacionalistas -tan viejos, en realidad- no pretenden retrotraernos a la Edad del Hierro, naturalmente. Se limitan a evocar los tiempos del Imperio en el que no se ponía el sol; y a ejercer la nostalgia de épocas dudosamente más felices. Quieren que España vuelva a ser grande otra vez, quizá inspirados por el "Make America Great Again" de Donald Trump y Ronald Reagan.

En esto se conoce que son esencialmente españoles y, por tanto, admiradores de los norteamericanos. Aquí ya les habíamos copiado a los yanquis las primarias, las campañas electorales circenses y hasta algún lema como el antes citado o el "Yes, We Can" (Sí, Podemos) de Barack Obama. De derechas o de izquierdas, lo que nos mola es imitar a la gente del Rancho Grande, para luego ponerla a caer de un burro.

Felizmente, los carpetovetónicos que vienen de vuelta lo hacen tan solo en los debates electorales y en los telediarios. La España que se ve por las calles es un Estado europeo y decididamente occidental del siglo XXI que difícilmente encajaría con el país de charanga y pandereta, devoto del torero Frascuelo y de la Virgen María, que con tanta amargura retrató Antonio Machado. "El vano ayer engendrará un mañana vacío y por ventura pasajero", profetizaba ya entonces -hace más de un siglo- el bueno de don Antonio.

Cierto es que los matadores han irrumpido con fuerza en las candidaturas electorales y que algún candidato no duda en tocarse -sin barrunto de ironía alguna- con el casco o morrión de los conquistadores de Indias. También se han visto estos días estampas de jóvenes que lloraban y jaleaban con gritos de "¡guapa!" a la imagen procesional de la Virgen; pero todo eso parece tan irreal y anacrónico que, más que miedo, produce una cierta ternura.

Puede que los carpetovetónicos emerjan en estas elecciones como reacción a otros nacionalismos de la Península; pero todo indica que será, según conjeturaba Machado, un fenómeno fugaz. No es cosa de tomárselo a risa, desde luego; pero sí de ver el lado bueno de las cosas. Gracias a ellos -y a otros-, el Congreso va a ser por fin un sitio divertido y hasta puede que las teles se animen a transmitir las sesiones plenarias en directo, como si de una corrida se tratase. España va a batir récords de turismo con esta tropa.

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