La Provincia - Diario de Las Palmas

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ZIGURAT

Templo de razón y fe

Días terribles sumaron la semana pasada y aumentaron así el camino del horror que se ha extendido al mundo por entero y por igual. En París ardía, con esa belleza atávica del fuego que algunos avistan, la catedral de Notre Dame, impresionante conjunto arquitectónico único en sus características y faro de París, aunque los metros de hierro hacia el cielo de la torre Eiffel sumen al perfil de la ciudad su icónica rasante.

Arde la catedral de la isla y hierve el agua del Sena; ardió el templo de la razón como fue bautizado cuando el estado se hizo con su propiedad. Templo de la oración y la fe un día y luego del pensamiento racional, pues parece que lo que tenga que ver con la fe no tiene raciocinio. Para que este templo de la razón existiera como tal fue necesario, antes de la Ilustración, que París contara en un periodo de tiempo muy corto con lo más avanzado en teología y filosofía. Antes que templo de la razón Tomas de Aquino, Alberto Magno o Buenaventura de Bagnoregio se dieron a la tarea de analizar, confrontar y asimilar la filosofía aristotélica y la sistemática de la teología, empresas estas de un calado intelectual pocas veces visto. De aquellas revisiones de las traducciones que habían realizado los árabes y de la analogía con la teología, nació parte del espíritu que representa Notre Dame y su contexto.

Con celeridad han salido los poderosos con la moneda, repartiendo millones para una pronta recuperación del edificio; hasta los políticos han dado prioridad a este suceso, antes que al incendio de la calle, a la marginación de los suburbios de París, a la recepción de los refugiados o simplemente a mejorar la vida de los débiles. De ahí que no se entienda bien por dónde va la ética y por dónde la estética, pero me temo que es esta última la que prima sobre lo social y político. Creo que hay que reconstruir la catedral, pero también la calle. Creo que hay que donar -si con ello la hacienda pública te lo desgrava de tus activos-, pero también que dejen de abusar a los que no cuentan más que con las monedas que depositan en el cepillo del templo para -en su ignorancia- creer que ayudan a mantener este símbolo de la belleza y la fe.

En otra parte del mundo en un país cuyo gentilicio es un galimatías, en Sri Lanka, en los templos de la fe, donde los cristianos se reunían en el día más importante del calendario cristiano, han volado más de trescientas personas porque el odio y la venganza han podido más que la razón o la fe. Es humillante que no merezcan más que condolencias estos seres humanos que mueren a miles por año, simplemente porque pertenecen a una cultura, a una tradición, a una confesión que otros simplemente no soportan. Las bombas del Domingo de Pascua, cuando precisamente se celebra la nueva vida, la espiritualidad de los cuerpos, han roto el canto, han hecho jirones la liturgia y han mutilado a una comunidad que va camino de desaparecer irremediablemente.

Entiendo que los ajenos a la fe no entiendan qué se siente en Pascua y no entiendo que entiendan solo a la razón que también sienten. Lo de hace años se llamaba solidaridad, esa cosa que se creía cohesionaba lo social y político y que no entendía de credos ni de siglas: ¿es solidario permitir que en este año los muertos por su confesión sean miles? Los datos del año pasado: 4.000 cristianos muertos en otras tantas regiones del planeta, regiones donde maniobran los que ponen el dinero para levantar el templo de la razón. Ya lo ha dicho el emperador: si me necesitan, aquí estoy para apagar el fuego de París y también presto a meterse en Sri Lanka a maniatar al terrorismo para avivar un fuego que es una brasa más de las que está poniendo en el mundo, desde Kosovo a Corea, desde Ucrania a Centro África, desde Jerusalén a Libia, desde Venezuela a Nicaragua o desde Sudán a Siria.

No hay perdón de dios ni sentir de la razón que pueda permitir que se convierta en consuetudinario lo que ha de ser extraordinario. Y no hay otra voz que el diálogo para resolver muchas cuestiones en las que todos puedan decir estas piedras calcinadas también son mías.

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