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lo que hay que oír

El Quijote para jambos y pavas

Hace tres días se celebró el Día del Libro. Un libro es ese chisme obsoleto con páginas y letras que leen unos pocos ancianetes pirados en unos sitios muermos que se llaman bibliotecas. Al parecer, estuvo muy de moda antes de la digitalización y la globalización y la internetización y la guasapeación y la youtuberización y la instagramación y la tuiterización y la videojueguización. Son muy vintage los libros. Molan para decorar esquinas inútiles en los casoplones de los famosos. Todavía los usan algunos profes analógicos en las clases de esas asignaturas que no valen para nada: literatura, filosofía, historia y tal. Y nos obligan a leerlos con unas amenazas que ya se encargan mis viejos de denunciar en los grupos de chat de padres de alumnos para que los dos o tres que asisten a las reuniones de la AMPA lo griten allí. Los libros, al parecer, cuentan historias de mentira, rollos sobre la memoria y la vida pasada, el amor, la venganza, el odio, la locura y la sensatez, la vida y la muerte, la compasión, la grandeza de espíritu junto a la villanía, la amistad y la aventura, la incertidumbre y la ansiedad... la historia de lo que fuimos y seremos, como dice la de Lengua, que está pasadísima. Asina que, para contribuir a la culturización y cultivitación y culturación y cultivacionismación de mis coleguis adolescentes, resumí el argumento del Quijote según el modo de ver y nombrar el mundo que nos enseñan los currículos. Gracias a mí, aumentará en millones el número de lectores juveniles y no habrá botellón ni movida donde falte ese rollazo de novela. Copio y pego.

Alonso Quijano es un pavo de más abajo de la Costa Marrón, viejuno y muy friqui, que flipa con los libros que tiene en su quelo y donde salen superhéroes y warriors a mogollón. O sea, que se le va la perola y acaba majara perdío. Así que se lo monta en plan molón y se abre con un buga de los de entonces, que era un bicho al que llamaban como al jaco, macho: caballo. Y se pone de nombre Don Quijote de la Mancha, que es un país como Mordor, ¿vale? El pollo va en modo oenegé, echando un cable a los pringaos y tal, a ver si consigue entrarle a una churri que le chana. Dulcinea la llama, ¿cómo te has quedao? Pero le dan las del pulpo los de una peña y se cosca que tiene que buscarse un colega. Pilla a un tal Sancho y se piran otra vez. Con el pasón que lleva el titi, le mete a unos molinos para hacer farlopa y que piensa que son pituquis chungos. Luego no pilla que unos bichos tipo ovejas son la pasma, porque sigue alucinando. Echa la pota por culpa de una priva. Va de jaris por la vida, en plan yolo, y hasta le mete un bucazo a un etarra, chaval. Y se raya con unos leones, que pasan de él. Pero tiene un fail y lo trincan en la sierra un cuervo y el de una barbershop que lo trolean para que vuelva a su pueblo como el almendro. Como el prenda es un crack, vuelve a darse un pirulo con Sancho, que es un risas que no para de dar la brasa, tronko. Se dan un homenaje por la patilla en una boda y se quedan en casa de gente con pastón que anda de fiestuqui todo el día, muy random y muy cool. Como sigue cocido como un piojo el Alonso, entra en una cueva y va de doblete hasta que se lo baja un hater que había sido colega suyo antes. Y entonces va y le entra el bajón y se muere, como lo oyes. (Y que sigan así el analfabetismo y la burricie por los siglos de los siglos. Amén).

Francisco García Pérez. Catedrático de Lengua

Castellana y escritor

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