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TROPEZONES

Gulag a la china

Los que creíamos que la humanidad había dejado atrás los campos de concentración y exterminio nazis y los no menos mortíferos gulags de Stalin, veníamos escuchando en los últimos tiempos ciertos rumores sobre parecidas prácticas en el oeste de China, sin que hubiese manera de corroborarlos, debido sobre todo al casi enfermizo hermetismo de las autoridades chinas.

Pues bien, a finales del año pasado, y ante la persistencia de insinuaciones en los medios, e incluso de reproches a nivel de cancillerías, el Partido Comunista Chino, tras años negando la evidencia, se decidió a dar la cara, y el 16 de octubre salió al paso de tanta presunta maledicencia. En un extenso reportaje televisivo mostró al mundo por primera vez sus "centros de entrenamiento vocacional y educacional", oficialmente construidos y renovados periódicamente desde 2016. El encomiable objetivo de los mismos era el de atajar el separatismo y extremismo religiosos que estaban contaminando a la región de Xinjiang, con el riesgo de un incipiente terrorismo. El reportaje se vanagloriaba, exhibiendo dichos centros como modelo para otros países, de impartir a los acogidos al centro clases de idioma chino, de derecho y de política, amén de provechosas materias como la costura, la carpintería o la panificación. Se entrevistaba a algunos de los internos, jugando al ajedrez o en clases de baile, aparentemente encantados con su nuevo destino. Naturalmente, uno de los objetivos, y el mayor logro de dichos centros pasaban por ser la eliminación en toda la inmensa región de actos de terrorismo, asesinatos u otros peligros. Vamos, que según el reportaje, estábamos presenciando una novedosa variante de "hospitales de reeducación" con un envoltorio evocador de colonia de vacaciones o de universidad de verano abierta todo el año,

La cruda realidad es la siguiente: orwellianos campos de internamiento, que a diferencia de los gulags de Siberia, cuentan ahora con la última tecnología de monitorización y vigilancia, custodiando a una escala otrora impensable, a cientos de miles de reclusos. Además de opositores al régimen, la mayoría son de etnia musulmana, a la que se trata de curar de sus equivocadas creencias, adoctrinándola en el ateísmo oficial, y en la cultura dominante Han del país. Y donde para ello no se andan con chiquitas recurriendo al maltrato físico y a castigos tan crueles para los más reacios como alimentación forzosa de cerdo y alcohol.

Desgraciadamente, según un patrón tristemente reconocible, las potencias extranjeras, tan económicamente dependientes de la gran nación china, miran para otro lado. Incluso Arabia Saudí, bajo su poderoso príncipe Mohamed Bin Salman, en vez de defender a la población reclusa mayoritaria de Uighurs, también de orientación suní, se limita a proclamar el derecho de las autoridades chinas "a defenderse del terrorismo".

Y lo más paradójico de este monstruoso atentado a los derechos humanos, es que uno de los que han salido en defensa de un colectivo que no es precisamente plato de su gusto ha sido el presidente Trump, que por boca de su director de la CIA, Mike Pompeo, tuiteaba recientemente: "El mundo no puede aceptar la vergonzosa hipocresía de China hacia los musulmanes. Por un lado maltrata a más de un millón de musulmanes en su casa, pero por otro protege a los violentos grupos terroristas islámicos de las sanciones de la ONU".

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