La única ocasión en la que he almorzado en la cafetería del Congreso de los Diputados saludé a las poquísimas personas presentes, y todas respondieron con ausente amabilidad, salvo un individuo bajito, casi calvo, frágil, con gafas de oficinista miope, un abdomen en pleno desarrollo y mirada fría de pez abisal. "Es un diputado catalán", me dijo un amigo. Años después reparé en que era Miquel Iceta, pero que sin duda había cambiado mucho. Salió del armario, se puso gafas de colores y comenzó a proyectar una imagen de político moderado y sereno que vive responsablemente su libertad, desayuna en barrios populares y se arranca a bailar espasmódicamente canciones de Queen. El hombre que salvó el PSC que caía en la preinexistencia ante la indiferencia de su antiguo electorado, la fuga de varios de sus dirigentes de la aristocracia socialista barcelonesa y su propia incapacidad de mantener una posición unívoca sobre la independencia, divididos entre autonomistas con dos duros de ideología y federalistas engatusados por la construcción de la nación catalana.

Iceta ha administrado los restos del otrora poderoso PSC y ha conseguido que sobreviva en una política catalana en la que los independentistas no hacen absolutamente nada, pero impiden meticulosamente cualquier cosa. Es asombroso que Pedro Sánchez lo proponga ahora como presidente del Senado. Porque es una huida en toda regla, como la de Inés Arrimada en Ciudadanos. Iceta ha procurado disimularlo, proclamando -o poco menos- que conservaría su escaño en el Parlament. Pero solo se trata de un puñadito de palabras, porque la presidencia del Senado -sobre todo si asume los supuestos retos esbozados por Sánchez- no tendrá tiempo ni para tararear a Freddie Mercury, no se diga ya bailarlo tranquilamente.

¿Miquel Iceta como interlocutor privilegiado con los grupos catalanes independentistas presentes en el Senado? ¿Por qué supone el presidente del Gobierno que Esquerra Republicana de Catalunya le prestaría más atención al primer secretario del PSC en Madrid que en Barcelona? Por otra parte, ¿es conveniente que el máximo responsable de una organización política presida la Cámara Alta? Sí, de acuerdo, aquí abajo José Miguel Bravo de Laguna y Bermúdez, presidente entonces del PP, fue presidente del Parlamento de Canarias, pero nosotros vivimos en una democracia macaronésica llena de cerebros simples y apellidos compuestos. Fuera del archipiélago no parece una opción demasiado presentable. Sánchez ha repetido una y otra vez -y no le falta razón- que el problema catalán es, sobre todo, un problema que debe resolverse recuperando la convivencia y el diálogo activo y consensual entre catalanes. Extraer a Iceta de Cataluña y engastarlo como una gema en la joya del Senado no parece abonar esa estrategia fundamental. Al menos que no se trate de eso, sino de un simple movimiento táctico en el terreno publicitario: Iceta como hombre de Estado que dentro de tres años o cuatro años se presenta a las elecciones catalanas bailando la reforma constitucional.