La Provincia - Diario de Las Palmas

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TROPEZONES

Breverías 63

Es sin duda de sentido común disponer en el hogar de un botiquín bien surtido, no sólo de tiritas para una humilde pupa, sino de apósitos, vendas y lo necesario para una primera cura de lesiones de mayor alcance. Y en nuestra familia tenemos el privilegio de contar además con un médico titulado, siempre con la consulta abierta para tratar y curar las dolencias de nuestros cuerpos.

Pero es que además de tal bicoca disponemos de otro miembro de la familia, si cabe aún más irremplazable, que nos atiende con gran sabiduría, y nos consuela de las heridas sufridas por nuestros egos. Ya sea por un ataque directo a nuestro amor propio, o por una lesión más importante de nuestro ánimo, tal vez por alguna difamación, sobre todo si ha podido estar cerca de dar en la diana, ahí está al quite nuestra samaritana con sus sanadoras medidas.

Por tomar un ejemplo próximo, uno de nosotros dejó escapar una irresistible ganga, lamentándose amargamente, hasta confesarse con ella y tras la terapia adecuada intuir que no sólo no se nos había escapado una oportunidad, sino que debíamos dar gracias a Dios, por habernos librado de una oculta estafa. Por todo ello quiero dejar constancia de nuestra fortuna por contar en esta casa con este extraordinario botiquín de almas, administrado por una persona, cuyo bálsamo más utilizado y eficaz, no creo que sea necesario ratificarlo, es el cariño.

Tengo en ciernes un viaje al valle de Arán, entre cuyas maravillas ocupa sin duda lugar preferente el valle de Bohí, con sus ermitas románicas y su iconografía religiosa. He de ver con mis propios ojos el morboso tormento a los que somete Satanás a los pobres pecadores según las ingenuas nociones infernales de la época.

En la imaginería tradicional de los suplicios a los infieles, con su apogeo en las panorámicas del Bosco, el que parece pasárselo bomba en los infiernos es sin duda el propio Belcebú, con su cohorte de entusiastas colaboradores. Como que hasta le da a uno cierta envidia no poder estar asando a fuego lento a algunas de estas criaturas pecadoras que yo me sé, o ingeniarse nuevas e innovadoras torturas aplicándolas sin el menor remordimiento. E impunemente claro está. Porque al fin y al cabo se lo tienen bien merecido, ¿verdad usted? Yo no sé si en el colmo de la maldad en este valle de lágrimas, no serían nuestros méritos tan superlativos como para merecer en el averno una plaza de ayudante del diablo. Porque desconozco los criterios o el currículum indispensable para solicitar plaza de simple recluta o aunque sea de becario raso. No me importaría apuntarme por ejemplo, con carácter indefinido, para labores de mantenimiento de calderas. Creo que no se me daría mal del todo.

A la vuelta de los Pirineos les contaré cómo se las gastaban en los infiernos del siglo XI, bajo la hierática mirada del Cristo Pantocrátor.

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