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OBSERVATORIO

El ciberplagio académico, una asignatura pendiente

Hace tres años inicié una nueva línea de investigación en mi carrera como docente y empecé a analizar un fenómeno que, poco a poco, se ha ido convirtiendo en un problema de peso en la educación superior. Me refiero al ciberplagio, una práctica deshonesta cada vez más frecuente a la que recurren los estudiantes (e incluso algunos profesores) para cumplir con sus tareas y obligaciones académicas; un comportamiento ilegítimo basado en la voluntad de obtener un beneficio propio a costa de un tercero, y fomentado por la facilidad de acceso a la información en un entorno digital.

Si bien, durante los últimos años, numerosos estudios han analizado este fenómeno desde la perspectiva del alumnado, se hace necesario ahora centrarse en la figura del profesor como agente dinamizador del proceso de enseñanza-aprendizaje. Quizás porque si los estudiantes copian en sus trabajos, su actitud esté relacionada (aunque no justificada) con la metodología docente, las tareas solicitadas, la falta de supervisión de los trabajos entregados o el tipo de indicaciones (a menudo poco claras) sobre lo que se espera de ellos en nuestras materias. A esto se añade, la inexistencia de protocolos institucionales o la escasa formación sobre ciberplagio que las universidades ofrecen a su profesorado, lo cual fomenta todavía más esa libertad de actuación ante un posible caso de plagio detectado.

Habitualmente cuando el profesor identifica plagio en algún trabajo suele solucionarlo directamente con el estudiante sin reportarlo a los directores o coordinadores de título. Además, suele limitarse a calificar con un cero la tarea entregada o pedir al estudiante que la rehaga, casi como muestra de benevolencia. Estas acciones no son suficientes hoy en día, ya que, si bien no debemos olvidar la perspectiva sancionadora hacia estas conductas, sí debemos apostar por poner en marcha acciones preventivas, de sensibilización y concienciación ante un fenómeno que, desafortunadamente a corto plazo, pondrá en riesgo nuestro sistema educativo y los valores en los que forma la universidad.

De ahí que el profesorado, de la mano de la institución académica en la que colabora, deba formarse en estas cuestiones para tratarlas con naturalidad en las aulas. El ciberplagio no puede ser un tema tabú como lo ha sido durante tantas décadas, ya que estaríamos desaprovechando la oportunidad de reflexionar con nuestros alumnos sobre la importancia de respetar las ideas de los demás, de generar ideas nuevas y propias, de ser creativos y originales, de citar las fuentes primarias que han servido de inspiración y, en definitiva, de gestionar responsablemente la información disponible en línea.

Pero para ello se necesita formación y, por el momento, no parece ser una prioridad en los programas académicos. Algunas universidades ofrecen seminarios sobre las herramientas antiplagio disponibles para el profesorado (Urkund, Turnitin, SafeAssign, etc), las cuales son poco operativas y suelen utilizarse con una finalidad disuasoria y fiscalizadora. Otras universidades delegan esta labor formativa en sus centros de documentación y bibliotecas, organizando cursos y talleres docentes sobre búsqueda de información y normativas de citación en este ámbito. En realidad, el denominador común de estas formaciones es que se basan en objetivos operativos, dejando de lado la reflexión ético-moral que subyace a estas prácticas.

Los docentes necesitan, pues, recibir formación desde la ética y la integridad académica. Necesitan conocer el alcance de este fenómeno en el marco de la enseñanza universitaria, así como los procesos a seguir cuando detectan una conducta fraudulenta; deben aprender a identificarla, a comunicarla al estudiante y a compartir propuestas, medidas y experiencias que puedan extrapolarse a otras asignaturas e incluso a otras titulaciones. Implicar a la comunidad educativa en la creación de una conciencia ética colectiva frente a estas conductas debería ser prescriptivo en la futura formación docente sobre esta materia.

Si bien estas medidas resultan evidentes en el plano teórico, su implementación en la práctica no es tan sencilla. Por eso, mientras la lucha contra el ciberplagio académico no sea una de las prioridades formativas de las instituciones de educación superior, seguiremos identificando en nuestras aulas conductas deshonestas que atentan contra la propiedad intelectual ajena.

Cinta Gallent Torres. Profesora de Filología Francesa e Italiana

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