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PUNTO DE VISTA

Gumersindo de Azcárate

Nunca he ocultado, en mi doble condición de jurista vocacional y republicano de corazón, la profunda admiración que siento por don Gumersindo de Azcárate. En Azcárate, de cuyo fallecimiento se cumplió el pasado 2017 el primer centenario, convergen, de forma inigualable, las dos virtudes que más he llegado a apreciar en un personaje público: el rigor intelectual y la honradez y coherencia política. Y así, por ese azaroso periodo de nuestra historia que discurre entre la monarquía isabelina, la Gloriosa revolución de 1868, la efímera monarquía de Amadeo de Saboya, la fallida I República y la posterior restauración borbónica, transitó don Gumersindo, dejando su impronta y su saber jurídico, congruente con unos ideales de republicanismo y justicia social, como muestra el hecho, insólito en nuestro ordenamiento jurídico, de que la ley contra la usura por él impulsada y que lleva su nombre, Ley Azcárate de 23 de julio de 1908, sigue sustancialmente en vigor más de cien años después de su publicación, y continua siendo un instrumento perfectamente válido para luchar contra los intereses abusivos en materia de préstamos.

Y ello, porque Gumersindo de Azcárate forma parte de esa generación de intelectuales que, imbuidos de un profundo sentido del deber y de unos ideales krausistas, participaron, en las filas del republicanismo moderado, en el loable intento de sacar a nuestra nación de su finisecular atraso, modernizando sus estructuras sociales y políticas y acercándola a los países del entorno. Y pocos pusieron tanto empeño en esta tarea como el jurista leonés, en el ámbito profesional y en el político.

En el primero, Gumersindo de Azcárate ocupó la plaza de Catedrático de Legislación Comparada en la Universidad Central, durante más de cuarenta años, hasta su jubilación voluntaria en 1915, apenas dos años antes de su muerte. Cuatro décadas de magisterio en las que pasaron por sus aulas los más señeros políticos e intelectuales de la época, desde Antonio Maura hasta Manuel Azaña, pasando por el jurista ovetense Adolfo Posada. Lo cierto es que su republicanismo, junto con su defensa a ultranza de la laicidad en la enseñanza, acorde con el ideario del krausismo y de la propia Institución Libre de Enseñanza de la que fue principal impulsor con Giner de los Ríos, le supusieron, en 1885, bajo el gobierno conservador de Cánovas, la separación de su cátedra y el destierro a Cáceres, acusado de "abierta rebelión contra la Iglesia Católica y la Monarquía".

Por otro lado, y centrándonos en su vasta trayectoria política, como bien señala el político y profesor de la Universidad de La Rioja Gonzalo Capellán de Miguel en su libro sobre el krausista leonés, la evolución ideológica de Azcárate va de unos inicios bastante a la izquierda del espectro político a una postura ideológica final mucho más centrada. Así, concluye Capellán de Miguel que el Azcárate del siglo XX es un republicano "más cercano al liberalismo que al socialismo y al republicanismo radical".

Azcárate inicia una dilatada carrera parlamentaria en 1886, en las filas del republicanismo histórico español. Allí, desde su escaño en las Cortes por la circunscripción de León, fue testigo privilegiado del fraccionamiento interno y las sucesivas crisis de la causa republicana, y ello pese a sus denodados e infructuosos esfuerzos para lograr la unidad de los distintos grupos y banderías del republicanismo patrio. Esto le lleva, tras su paso por la fallida conjunción republicano-socialista de 1909, a recalar, de la mano de Melquiades Álvarez, en el Partido Reformista, en un postrero intento de buscar la apertura y democratización de la monarquía alfonsina desde dentro del sistema; llegando, incluso, a declarar la accidentabilidad de las formas de gobierno.

Sin embargo, su muerte en diciembre de 1917, le impide culminar esos objetivos regeneradores y lleva a Melquiades Álvarez, ya sin el referente moral que suponía Azcárate para el republicanismo moderado, a integrar definitivamente el proyecto reformista en el régimen de la Restauración, en el preciso momento en que éste daba sus últimas boqueadas. Se inicia así una deriva que convertirá al Partido Reformista, tras su mutación en el Partido Republicano Liberal Demócrata (PRLD), en un mero satélite de la derecha más reaccionaria, llegando, incluso, a apoyar la asonada militar del general Sanjurjo contra el gobierno de Azaña; lo que supuso, de facto, un auténtico canto del cisne de ese republicanismo moderado, reformista e integrador que tan bien supo encarnar aquel prócer leonés en cuya necrológica para el diario El Sol escribió Ortega que "seguir a Azcárate es seguir hacia adelante".

Jorge García Monsalve. Abogado

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