La Provincia - Diario de Las Palmas

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OBSERVATORIO

El populismo en la era digital

Hace unos días tuvimos ocasión de ver y escuchar en una televisión española a expertos mundiales en asesoramiento electoral que, con cierta unanimidad, se pronunciaron sobre los que según ellos eran los nuevos paradigmas en la era digital. Por una parte, sostenían que se avecina una etapa histórica en que prevalecerán los líderes sobre los partidos políticos y, por otra parte, que los parlamentos, a los que calificaron de meros intermediarios entre los ciudadanos y los gobernantes, estaban condenados a la desaparición.

Dichos expertos nos pintaban, como si se tratara de algo nuevo en la historia de la Humanidad, el surgimiento de líderes carismáticos que, lejos de representar ideas estructuradas en el seno de partidos políticos democráticos, serían líderes independientes de los partidos, líderes mediáticos que atraerían a los votantes virtuales (ya no se habla de ciudadanos) a través de mensajes sencillos, breves, contundentes. Según dichos expertos, los votantes ciudadanos estarían hartos de discursos tediosos con promesas electorales que, por lo demás, nunca se cumplen posteriormente.

Los expertos en cuestión estaban dibujando un prototipo de líder del que tenemos noticia en nuestra cultura occidental desde la Grecia clásica hasta nuestros días: es la historia de caudillos, dictadores y tiranos que conquistaban los sentimientos de los que les escuchaban y que ahora se presentan con otras vestimentas. Los líderes populistas por su propia naturaleza aborrecen a los partidos políticos, pues aún los menos estructurados tienen ideologías que son reconocibles y eso supone vinculación a ideas, exigencia de congruencia y de rigor a los que no están dispuestos a someterse.

El otro paradigma que manejaban los expertos era el de la próxima eliminación de los intermediarios: de los parlamentos. Decían algo así como: ¿para qué sirven los parlamentos si con las nuevas tecnologías cada votante puede comunicarse directamente con los gobernantes? Los parlamentos, según los oráculos de la era digital, desvirtúan la voluntad de los votantes. Y lo más sorprendente es que la liquidación de esos "molestos intermediarios", los parlamentos, se presentaba como un hito democrático. Sin parlamentos, ahorraríamos gastos, podríamos ponernos en contacto directamente con los gobernantes. Estaríamos ante la culminación del proceso democrático, el fin de la democracia liberal que quedaría como un recuerdo para la historia.

No creemos que pueda hablarse de una era digital, como no creemos que pueda hablarse de la era de la imprenta, de la televisión o de la máquina de vapor. A nadie en el pasado se le ocurrió decir que la invención de la imprenta iba a transformar los sistemas de gobierno. Ni a los científicos de principios del siglo XX, que transformaron nuestra visión del mundo y del universo, se les ocurrió sostener que la teoría de la relatividad o la física cuántica iban a incidir en la transformación de nuestro sistema político. Los grandes descubrimientos han mejorado nuestras vidas cotidianas, de eso no cabe duda. Pero desde la Revolución Francesa hasta nuestros días, período en que han tenido lugar más del noventa por ciento de los grandes descubrimientos científicos, seguimos instalados en los mismos parámetros políticos y sociales. Y todo seguirá igual en la mal denominada era digital.

Los nuevos instrumentos de comunicación tienen que servir para comunicarnos mejor. Internet y las redes sociales cuando son utilizados para una mejor relación con los poderes públicos o para que un grupo de amigos o de familiares o de intereses se puedan comunicar fácilmente cumplen una función estimable. E igualmente son muy útiles para facilitar los negocios, para hacernos la vida más fácil o para conseguir una mayor eficiencia de las empresas o de los servicios públicos. Las nuevas tecnologías, como casi todos los descubrimientos humanos, no son en sí mismas ni positivas ni negativas, dependen del modo en que se utilicen. De la misma manera que la pólvora puede servir para abrir caminos o para fabricar bombas, las nuevas tecnologías pueden servir para comunicarnos mejor y de manera más rápida y eficiente, o para alumbrar teorías como las que hemos mencionado antes que no son sino nuevas versiones del populismo que nos está acechando.

Los caudillos, dictadores o tiranos han existido desde el principio de los tiempos y no necesitaron instrumentos digitales. Lo que sucede es que entramos en una época en que, sorprendentemente, los medios digitales pueden favorecer la aparición de esos líderes que parecían erradicados y que corremos el riesgo de que vuelvan a resurgir en el seno de sistemas democráticos.

La existencia de parlamentos que elaboren las leyes y que controlen a los gobiernos no es antigualla alguna, es un poder necesario para el bienestar de los ciudadanos, aunque en nuestro tiempo sea necesaria una mayor participación de los ciudadanos en la cosa pública, lo que nada tiene que ver con la irresponsable utilización de las redes sociales. Y que los líderes políticos pertenezcan y representen a partidos políticos que transmitan con claridad que es lo que pretenden hacer si alcanzan el poder estatal, regional o municipal es imprescindible, igualmente, para nuestro bienestar. Pero estos postulados elementales, necesarios en toda democracia parecen desdibujarse peligrosamente. Tenemos muchos ejemplos en la actualidad de ese tipo de líderes que pretenden convertirse en caudillos, dictadores o tiranos. Un ejemplo paradigmático reciente sería Zelenski, el recientemente ganador de las elecciones presidenciales en Ucrania, que ni lidera un partido político ni se ha molestado en presentar un programa político para gobernar. Y, sin embargo, ha conseguido más del 70% de los votos de sus conciudadanos. Su experiencia en las tareas de gobierno se reducen a la representación en una serie de televisión del papel de presidente: la ficción convertida en realidad.

Y la pregunta que nos hacemos es: ¿no nos estaremos aproximando en España a esa versión de líder? Son, acaso, los líderes de los grandes partidos políticos de ámbito estatal, representantes de partidos políticos bien estructurados que hayan practicado la transparencia, o simplemente son líderes que utilizan los partidos políticos. Las largas precampañas y campañas electorales parecen seguir el modelo descrito por los expertos electorales. Los líderes de los partidos políticos españoles, seducidos sobre todo por las televisiones, se adaptan a una liturgia que en pos del espectáculo y de la audiencia no consiste en que los líderes comuniquen sus ideas a los ciudadanos sino en que los lideres se confronten, utilizando argumentos ad hominem o burdas descalificaciones. Se trataría de que los líderes crearan tensiones para conseguir el minuto de máxima audiencia. Parecería que los conductores de los programas de televisión quisieran que los líderes se enzarzaran en una lucha callejera. Un conductor de uno de esos programas televisivos llegó a decir a los líderes: ¡piérdanse el respeto!, pues probablemente le advertían sus jefes que ese era el modo de subir la audiencia.

Los partidos políticos y sus líderes no deben dejarse arrastrar por las pretensiones de los que quieren convertir en una farsa algo tan serio como es dar a conocer a los ciudadanos las respuestas a los problemas que tenemos en materias económicas, sociales, fiscales, educativas, culturales y un largo etcétera. De casi nada de esto se habla en las campañas, ni se hace mención alguna a nuestra posición en el concierto internacional, y en particular sobre la Unión Europea, o las medidas que se pretenden adoptar para afrontar los desequilibrios regionales, o las bolsas de pobreza. En vez de dar respuesta a las muchas preguntas que los ciudadanos tenemos las campañas electorales se parecen cada vez más a un espectáculo circense.

Felipe Guardiola. Abogado. Exmiembro del Consejo de Europa

Enrique Linde. Catedrático de Derecho Administrativo

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