La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

PUNTO DE VISTA

La fatiga por Europa

Haber vivido varias décadas ofrece la ventaja de disponer de una amplia perspectiva de la historia. Igual que cuando se mira un amplio horizonte, acaba por verse la redondez de la tierra, o cuando oteamos nuestros movimientos desde lo alto, acabamos por vernos como hormigas pululantes. Observar los movimientos de nuestra relación con Europa en las últimas seis décadas revela su carácter pendular. Siendo aún la reserva espiritual de Occidente, cuando la televisión llegó a La Granja (San Martín del Rey Aurelio), tuvimos una primera imagen de lo que era Europa. Era el demonio colorado. Grandes enfrentamientos y desórdenes ocupaban los informativos, lo que luego se conocería como la revolución estudiantil de los sesenta. Europa era -no distinguíamos islas y continente- la pérfida Albión, que nos había robado Gibraltar en Utrecht de una forma fulera. Incluso políticos europeos -un tal Olof Palme entre ellos- se atrevían a recaudar una especie de Domund a favor de los "enemigos de España". En resumen, de Europa venía lo que entonces se llamaba el libertinaje, la más absoluta de las anarquías, lo peor. Cinco décadas después, y tras muchas vicisitudes a favor y en contra, nos encontramos un panorama con muchas similitudes. Europa vuelve a ser el demonio colorado. Grandes enfrentamientos y desórdenes vuelven a ocupar los informativos: los chalecos amarillos, los xenófobos o los antisistema de turno vuelven a levantar los adoquines para lanzarlos contra el establishment. Europa ve cómo la pérfida Albión -órgano vital del cuerpo europeo- se inventa el brexit para darnos con la puerta en las narices. Algunos países de Europa incluso toleran en su territorio a los nuevos enemigos de España, ya sean Puigdemont o Josu Ternera. El péndulo vuele a situarse en la casilla del anti europeísmo. Entre medias, quedan aquellas décadas en que quisimos dinamitar los Pirineos para escapar de África y abrazar la civilización. Cuando decidimos tajantemente que, de entrada, sí y nos admitieron: "Ya semos europeos". Incluso llegamos a demostrar a Europa que éramos un ejemplo de progreso y democracia para el mundo entero. Aguantamos que nos quemaran los camiones. Que convirtieran nuestra pesca y nuestra ganadería en una producción testimonial. Que nos obligaran a crueles reconversiones industriales, todo fuera por ser europeos. La relación con Europa siempre ha partido en dos a este país tan proclive a dividirse entre progresistas y reaccionarios, afrancesados y patriotas, germanófilos y anglófilos, nacionalistas e internacionalistas, reformadores y conservadores. Nunca supimos ponernos de acuerdo sobre la eterna disyuntiva: volver al terruño o abrirse al mundo. El domingo Europa -y España como parte de ella- se juega su ser o no ser. Parece no importarle a casi nadie, ensimismados en nuestras miserias, hay que buscar con lupa reflexiones sobre la elección más trascendental. Solo parece interesar a los enemigos de Europa. La Gran Bretaña del brexit se ha apresurado a participar en los comicios. Flamencos, bávaros, corsos, lombardos, catalanes, vascos o escoceses harán lo imposible por acaparar escaños en el Parlamento europeo. Al igual que populistas de todo signo. Saben que la mejor manera de acabar con Europa es desde dentro, engordando ese caballo de Troya destinado a destruirnos. Y, mientras, nos distraemos con el beso de Errejón y Carmena, los escraches a embarazadas, calculando el grado de franquismo de Vox o dilucidando si debemos aceptar las donaciones de Amancio Ortega. Confiemos en que no tuviera razón el segundo presidente de los Estados Unidos, John Adams, quien dejó dicho que las democracias nunca duran mucho porque enseguida se desgastan y caen exhaustas. "Nunca ha habido una democracia que no se suicidara", sentenció. No consintamos que así sea.

Juan Carlos Laviana. Periodista

Compartir el artículo

stats