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puertas al campo

Engaños

En política se ha mentido siempre. Y también se ha engañado siempre. No son comportamientos necesariamente mayoritarios, pero sí son frecuentes desde que el mundo es mundo. Mentira es cuando se dice algo que se sabe que no es así, pero se da como cierto. El engaño es más sutil: consiste en decir algo (que puede ser verdad) para mover la opinión de quien escucha en una determinada dirección. Por ejemplo, es, si se quiere una vieja cita, "entrar con la del otro para salir con la propia". La mentira puede, obviamente, utilizarse para engañar. Caso clásico: asegurando con determinación que en el Irak de Sadam Husein había armas de destrucción masiva. Siendo benévolos, podría haberse pensado que alguien había mentido a José María Aznar y a Tony Blair para que estos engañaran a sus ciudadanos sobre la guerra de Irak.

Los regímenes dictatoriales, sean de Franco o de Stalin, son particularmente usuarios del engaño y la mentira. Junto a la represión (el palo), necesitan de la zanahoria del consenso y este se consigue ocultando realidades, presentando "realidades" alternativas y convenciendo a sus súbditos de las bondades del régimen, régimen que, por esos argumentos, es obvio que no "debería" cambiarse so pena de caer en malas consecuencias.

Para nuestra desgracia, los regímenes políticos no se clasifican únicamente en dictatoriales o democráticos, sino que incluyen, entre unos y otros, una creciente proliferación de regímenes que no son ni una cosa ni otra, pero tienen elementos de ambas. Un "amado líder" imbatible y unas elecciones en las que todo el mundo puede votar, aunque los candidatos no siempre sean todos los posibles, es decir, los que representan tanto el apoyo al régimen como su alternativa. En estos casos, el uso de la mentira y el engaño alcanza cotas notables.

Pero es que, si repasamos la historia reciente, encontramos casos en los que gobiernos y oposiciones recurren al engaño de manera recurrente. Se puede, caso cercano, "inventar" una estadística sobre el aborto. Evidente: no hay nada mejor que una buena cifra (inventada, insisto) para convencer de lo correcta que es la propia propuesta. Pero, al revés, se puede ocultar sistemáticamente los costes que tendría el brexit (o el catalexit) o, en buen prestidigitador, mover la atención (y los sentimientos) hacia otros asuntos menos "espinosos" para el político. También es herramienta de engaño un buen enemigo, es decir, la invención de un enemigo externo vociferante ("ladran, luego cabalgamos", que decía Franco) o conspirador (el complot judeo-masónico, por seguir con aquel caso). Suele usarse ese truco para unir al país en torno a sus líderes que, si son "naturales", mejor.

El uso y abuso de internet transmite la impresión de que el mundo del engaño político se ha disparado. Cierto que algunos líderes políticos, como Donald Trump, son usuarios del tal instrumento y productores de tales engaños y mentiras. Están cuantificados en USA, pero es política generalizada. Facebook, WhatsApp o Twiter ayudan bastante.

La forma de engaño en mi opinión más preocupante porque es "un arma cargada de futuro" contra la democracia tout court, es la de la excitación de sentimientos, cuanto más primarios mejor. Las estadísticas pueden ser discutidas. Pueden evaluarse sus fuentes, su metodología y su adecuación con lo que las cosas son realmente (ya se sabe "mentiras, grandes mentiras y estadísticas"). Los razonamientos también. Pueden discutirse sus supuestos o principios y su coherencia y pueden oponerse premisas diferentes y desarrollos diferentes incluso a partir de los supuestos contrarios. Pero los sentimientos son de difícil discusión sobre todo si se "anclan" en grupos concretos con los que se comparten de forma que se convierten en verdades absolutas. En tal caso, difícilmente se va a hacer ver que se ha tratado de un engaño incluso basado en una mentira. Exaltaciones masivas son, en este sentido, una forma muy particular de engaño colectivo: a ellas asisten los ya creyentes y se ven "confirmados en su fe" al ver el entusiasmo con que se comparten esos sentimientos en torno a símbolos, banderas, líderes o enemigos.

En esta línea, los intentos de desmontar los engaños que llegan a través de las redes son útiles, pero insuficientes. Haría falta un esfuerzo colectivo (de cada cual) por recuperar los valores de la Ilustración, denostados frecuentemente como anticuados o "trasnochados", y oponerlos con claridad al "volverán banderas victoriosas" que hace ver lo falaz que puede ser el argumento de caducidad.

José María Tortosa. Sociólogo

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