La Provincia - Diario de Las Palmas

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EL ESPÍRITU DE LAS LEYES

El partido adolescente

Ciudadanos (Cs) nació y se desarrolló en el problemático escenario político catalán como máximo símbolo del constitucionalismo frente al secesionismo. En su durísimo y desigual combate contra los partidos soberanistas (que controlaban, y controlan, las instituciones de la Generalidad, sus medios públicos de comunicación y, subvenciones mediante, también los de propiedad privada), los hombres y mujeres de Cs partieron de cero hasta alcanzar la condición de primer grupo parlamentario de la Cámara autonómica. Los demás españoles les debemos el reconocimiento de su extraordinario coraje en las circunstancias políticas y personales más difíciles. El poder público en Cataluña, incluidos centenares de Ayuntamientos, instigado además por fuertes movimientos asociativos de tipo separatista (como la ANC y Ómnium Cultural), es de inclinación totalitaria, pues pretende controlar completamente la vida social mediante la propaganda, la educación escolar en los ideales nacionalistas y la movilización popular. La denodada lucha de Cs en Cataluña, persistente aún hoy en toda su intensidad, no explica por sí misma, sin embargo, el relativo éxito del partido en las diversas elecciones celebradas en el resto del país. La expansión de Cs fuera de su lugar de nacimiento (que no cabe dar, desde luego, por definitivamente consolidada) coincidió con la fuerte crisis del PP y del PSOE. Los socialistas salieron destrozados de las elecciones generales de 2011 y 2015; y al presente todavía se hallan muy lejos de las cifras anteriores a la espantá de Rodríguez Zapatero. Cs obtuvo 40 diputados en 2015, 32 en 2016 y 57 en 2019, a sólo nueve escaños de los populares. Presidido por Rajoy, el PP tuvo que afrontar tres desafíos gigantescos: la descomunal recesión económica que le llevó al Gobierno en 2011, la ruptura constitucional catalana del periodo 2012-2017 y la explosión judicial del escándalo de corrupción suscitado por la trama Gürtel. La gestión por el PP del reto independentista del nacionalismo catalán fue, de principio a fin, sencillamente deplorable, y creo que tiene mucho que ver con el menguado número de 66 escaños con que ahora cuenta en el Congreso, igual que explica los 24 escaños conseguidos por Vox. Pues bien, en estas circunstancias de declive de los grandes partidos nacionales, el gran problema de Cs ha consistido en fabricarse una identidad política más rica, compleja y diferenciada que la del mero antisecesionismo catalán. ¿Lo ha conseguido? Sin lugar a dudas, todavía no. Su tránsito programático de la socialdemocracia inicial al liberalismo actual dice poco, en su vaguedad, acerca del preciso perfil ideológico del partido. No es que tales etiquetas carezcan ya de todo significado (baste pensar en las diferencias que entrañan en política tributaria, por ejemplo), sino que Cs apenas ha tocado poder, de modo que aún no se le puede catalogar ideológicamente por su acción de gobierno. En cuanto a su actividad como fuerza opositora en el Congreso, Cs ha dejado una impresión de exceso de agresividad: primero contra Rajoy y luego contra Sánchez. Estaba claro que buscaba un lugar específico y prominente en la política nacional. Ahora bien, en la campaña de los últimos comicios a Cortes ha dado la imagen (Rivera, sobre todo) de un adolescente gritón y nervioso, aquejado de una enfermedad juvenil de curso eventualmente maligno: el vértigo del afán de sorpasso. Una patología que ya había liquidado en su día a Julio Anguita y que tiene en estado grave a Pablo Iglesias. Cs necesita madurar y demostrar ante todo sentido de Estado. Proponer una nueva aplicación, más radical, del artículo 155 en Cataluña no sólo es un disparate mayúsculo (en el que también incurre el PP), sino lo que es peor: resulta manifiestamente inconstitucional. Negarse a hacer política precisamente en uno de los asuntos de mayor importancia para España es imitar el desacierto total de Mariano Rajoy. ¡Y qué decir de esa idiotez de querer aislar sanitariamente al sanchismo! Se equivoca Rivera en dos cosas fundamentales. En primer lugar, meter la cuestión territorial debajo de la alfombra y no ofrecer idea alguna para una reforma de la Constitución, únicamente puede contribuir a incrementar el riesgo de incendio social e institucional. Y en segundo lugar, pensar que un partido de la implantación y capilaridad del PP puede ser dinamitado desde fuera es otra apreciación carente de fundamento. No es que los populares no puedan derrumbarse, pero eso sólo ocurrirá cuando ellos mismos se empeñen en implosionar, en llegar a una ruptura interna al estilo de UCD. Ni un minuto antes.

Ramón Punset. Profesor emérito de Derecho Constitucional

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