La Provincia - Diario de Las Palmas

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TROPEZONES

Mi gozo en un pozo

Hoy quisiera tomarme la libertad de contar una batallita, si les parece bajo el pretexto de que tal vez pueda servir de aviso a navegantes. Hace ya muchos años de esto, aunque no creo que la Ley de Aguas, protagonista de este relato, haya cambiado mucho desde entonces. El caso es que tuvimos la idea un amigo y yo de adquirir unos terrenos en el barranco de Fataga, con el propósito de cultivar las verduras y hortalizas que ya demandaban las cercanas urbanizaciones de Maspalomas.

Tras contemplar varias opciones, optamos por un terreno bordeando dicho barranco, con un frondoso palmeral en uno de sus lados. Todo parecía sonreírnos: las palmeras se chivaban de un subsuelo rico en agua, y el barranco nos permitía ampliar la superficie disponible para nuestros cultivos. Efectivamente, con tal de que no se obstaculice la escorrentía, la ley autoriza al interesado a extender el lindero coincidente con el veril hasta la mediana del cauce.

Así que dicho y hecho, adquirimos el terreno, que estaba pero que muy bien de precio, y procedimos a llevarnos el teodolito a la finca para acotar los nuevos linderos ampliados, una vez desplazado el borde del barranco hacia el centro del mismo. De hecho, la superficie del

terreno quedó así en prácticamente el doble de la que figuraba en nuestro contrato de compraventa.

Pero hete aquí que pronto tuvimos oportunidad de averiguar por qué nos había salido tan barata la adquisición. Al iniciar los trámites de perforación del indispensable pozo, nos topamos con un obstáculo tan imprevisto como insuperable. En los contratos suele siempre haber alguna cláusula con la llamada "letra pequeña" que se le puede pasar a uno por alto.

Pero en este caso el despiste nuestro era no habernos percatado que donde se estipulaban los metros cuadrados de superficie, se añadía, en letra bien grande y visible, la coletilla de "suelo y vuelo". Inexpertos como éramos en estas lides, nos habían metido el gol por la mismísima escuadra. Se nos había excluido el subsuelo, posiblemente adquirido con anterioridad por algún aguateniente oportunista, celoso de extender sus derechos a posibles futuras perforaciones, allende sus propios dominios.

Nuestro gozo en un pozo, por imposible su apertura. Las pesquisas posteriores sobre acceso a acequias o canales ajenos fueron en vano, y nos tuvimos que conformar con una parcela de secano, muy hermosa eso sí, donde celebramos más de un picnic con nuestras familias, a la sombra de sus palmeras.

Menos mal que al cabo de un par de años pudimos revender los terrenos a unos propietarios contiguos, con su agua garantizada, pero carentes de sus igual de imprescindibles áreas de cultivo. Como en temas de suelo el tiempo trabaja casi siempre a favor de la propiedad, conseguimos salir airosos de nuestra bisoña inversión, y algo más curtidos en nuestra vena emprendedora.

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