Tal y como era evidente para cualquiera, salvo para los dulcificados peronistas de Podemos, Pedro Sánchez solo les soltará a sus socios prioritarios una ristra no demasiado larga de secretarias de Estado y direcciones generales. Una cooperación "en el ámbito político-administrativo", como precisó con indulgente desprecio la vicepresidenta en funciones y responsable de Metáforas Siempre Patéticas y Metonimias Flatulentas, doña Carmen Calvo. Nadie incorpora a un socio político a un Gobierno para que resuelva problemas político-administrativos, pero Calvo no necesita un gramo de laca para evitar despeinarse. Calvo es un bote de laca en sí misma. Y lo peor (o no) es que Pablo Iglesias aceptará. La alternativa es la nada (o la preinexistencia) electoral. De tocar el cielo prometido a diseñar pajaritas de papel en la Dirección General de Consumo. La mayoría para la investidura se completará en segunda votación, en la que basta la mayoría simple, en una suerte de alegre totum revolotum en el que participarán Revilla, el PNV o Compromís, y que llegará a buen puerto gracias a la abstención de Esquerra Republicana.

En la actualidad la política es el refugio del que no tiene nada que hacer en la vida pública. A Pedro Sánchez lo que le interesa es el poder y es muy probable que la política, como tal, le aburra. Para el PSOE es una suerte histórica de disponer de un talento como el de Sánchez, porque se trata de una figura de la pospolítica -la ideología ya no es más que un suave perfume, la realidad está secuestrada por relatos propagandísticos, la estructura social es inmodificable, el capitalismo eres tú y tus circunstancias- plenamente conscientes de su situación y del contexto en el que deben operar. El PSOE hace muchos años dejó de disponer de ningún intelectual orgánico colectivo y de definir un proyecto de país organizado como objetivo político estratégico. Inventos como el Programa 2000, repertorio frustrado y frustrante de análisis y propuestas socialdemócratas de los intelectuales del guerrismo, forman parte de un pasado cada vez más lejano. Lo fundamental puede entenderse como un pragmatismo que ya no es una actitud, una táctica o un método: es toda la filosofía política disponible y justificable. Sánchez no rechazará ningún voto para su investidura, como no rechazó ninguno para que prosperarse su moción de censura contra Mariano Rajoy. Absolutamente ninguno.

Por supuesto, Sánchez ha sido bendecido con un partido tan profundamente estúpido como Ciudadanos, que ha abandonado su responsabilidad histórica, ser una fuerza socioliberal que actuara como bisagra en el sistema político español, arrastrado por la obsesión de su líder en convertirse en el líder del centroderecha (sic) en España. La imbecilidad de Ciudadanos le facilita el trabajo a Sánchez, que solo debe arrojar migajas y sonrisas enrolladas a sus socios y simpatizantes. A ver cuándo toma posesión de una vez para convocar más plazas de funcionarios, apuntalar la reforma laboral del PP y sacar a Franco del Valle de los Caídos. Mientras tanto, por ejemplo, las pensiones. Desde junio de 2017 es necesario emitir deuda para financiar el déficit de la Seguridad Social. Cada paga doble de las pensiones son 18.000 millones. A finales de este año la Seguridad Social deberá al Estado cerca de 28.000 millones, que debe devolver en diez años. La deuda seguirá creciendo. Se duplicará en esta legislatura.