La Provincia - Diario de Las Palmas

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OBSERVATORIO

Influyentes y ejemplos de vida

Supongo que siempre los ha habido, pero ahora las redes sociales los catapultan. En otras épocas se hablaba de "vidas ejemplares" atribuidas a héroes y santos, pero ahora los tiempos han cambiado y los cursis utilizan el inglés y hablan de role models. También hablan de influencers, que son personas listísimas que en lugar de trabajar se fotografían en un restaurante con unos zapatos prestados y les pagan por eso. Porque mucha gente mira sus fotos y luego compran los mismos zapatos y reservan mesa en el mismo restaurante donde supongo que la influyente apenas ensució el plato para seguir entrando en la talla 34. Repito, listísimos. Los que llamamos rolemodels son otra historia. Para empezar el nombrecito, igual que lo de influencer, es consecuencia del colonialismo lingüístico anglosajón que padecemos y que hace decir estupideces como "se compró un top para mejorar su look", debido a complejos inexplicables y que no tienen los franceses, que luchan por su lengua porque están encantados de haberse conocido con su grandeur y sus "allons enfants de la Patrie". Hoy los jóvenes imitan a futbolistas tatuados como guerreros maoríes o a princesas de revistas del corazón, cuyas protagonistas me parecen también listísimas porque a cambio de contar algunas intimidades vergonzosas reciben magníficas gratificaciones. Y eso cuando no venden "exclusivas robadas" de un viaje a alguna isla paradisiaca que por supuesto también ha pagado la revista. Gentes listísimas, repito, que nunca han dado un palo al agua y que viven como princesas de verdad. El colmo es eso que algunas talluditas ya tienen y que llaman sentimental coach. A eso antiguamente se lo llamaba gigoló y luego entrenador personal porque no alcanza la categoría de amante o de pareja, que requieren un mínimo de estabilidad. Son gentes que no me merecen ningún respeto y tampoco alcanzo a comprender por qué sus vidas interesan tanto, aunque supongo que debe ser por el deseo de muchas personas de evadirse de una realidad aburrida y de soñar con cuentos de hadas, aunque muchas de estas hadas sean brujas disfrazadas.

En cambio, no oculto mi admiración por otras personas, no muchas, entre las que quiero citar a mi paisano Rafael Nadal. Hace unos diez años tuve el honor de recibir el mismo día que él la Medalla de Oro que concede el Consell de Mallorca en una ceremonia que tuvo lugar en el gigantesco patio de La Misericordia, en Palma, que estaba atiborrado de gente para la ocasión. Me pidieron que yo agradeciera la distinción en nombre de los galardonados y lo hice con mucho gusto. Cuando terminé se me acercó Rafa, que debía entonces andar por la veintena, para expresar su asombro por el hecho de que hubiera hablado diez minutos sin mirar un papel. Le contesté que no tenía ningún mérito porque se supone que los diplomáticos debemos saber hablar en público "igual que tú golpeas la pelota con la raqueta". Entonces Rafa me dijo algo que no he olvidado: "Es verdad. Pero yo sé que algún día llegará alguien que le pegará a la bola mejor que yo y que me ganará. Es inevitable. Y por esa razón en lo que yo tengo que esforzarme es en ser una buena persona porque eso me durará toda la vida". Le miré y no lo he olvidado porque me pareció ingenuo y bonito al mismo tiempo.

Y no era mera palabrería porque años más tarde, cuando una combinación de elementos naturales desencadenados y de casas construidas en lugares inadecuados provocó una terrible riada que causó destrucción y muerte en Sant Llorenç, un pueblo cercano a su Manacor natal, allí estaba él, que ya era el mejor tenista del mundo, con botas de agua y pala en mano ayudando a limpiar el lodo. Vi la foto en la prensa y recordé nuestra conversación de años antes. Rafa era simplemente consecuente con lo que pensaba y lo ponía en práctica con naturalidad.

Creo que luego su fundación dio también dinero para ayudar al pueblo a recuperar su normalidad. Todo esto se me ha ocurrido mientras veía desde el extranjero el partido épico por el que el Real Mallorca regresó a Primera División tras vencer al Deportivo de La Coruña, que llegaba a Son Moix con dos goles de ventaja. Lo del Mallorca tiene mucho mérito porque la temporada anterior había subido desde Segunda B, donde se había sepultado en 2017. Una hazaña meritoria que hay que anotar en el haber del entrenador Vicente Moreno y de unos jugadores que se dejaron el alma en el campo, arropados por una afición y por un ambiente como hacía años que no se veía en Palma y que yo seguía en la distancia, agarrado al televisor y hecho un manojo de nervios (esto del fútbol es muy tribal). Y allí estaba también Rafa Nadal, mezclado con el público entusiasmado y apoyando con aplausos y aspavientos las buenas jugadas y los goles de su equipo como lo que es, un mallorquín más, aunque también sea uno de los mejores tenistas de todos los tiempos. Por eso, mientras otros y otras se embelesan con "influencers, role models y sentimental coaches", yo prefiero la sencillez natural, cercana y espontánea de nuestro tenista. Porque, aunque no he vuelto a encontrarme con él e ignoro si su ADN lleva genes de hondero balear, como dice Carlos García-Delgado, tengo la impresión de que está consiguiendo el objetivo que se trazó en su juventud de ser una persona buena y normal. Que no es poco.

Jorge Dezcallar. Embajador de España

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