La Provincia - Diario de Las Palmas

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OBSERVATORIO

Defender la democracia

Según el último informe de Freedom House, en 2018 y sobre una población mundial de 7.600 millones de personas, el 39% vive en sociedades libres, el 24% en países que solo son parcialmente libres y un 37% en otros que no lo son en absoluto. Podría ser peor porque estas cifras ocultan el hecho de que este año es el decimotercero consecutivo en el que se observan más retrocesos que avances en el camino hacia la democracia. A lo largo del año pasado 68 países han perdido calidad democrática y solo 50 la han ganado. Entre los últimos están Ecuador y Zimbabue (!), mientras que las libertades retroceden en Polonia, Hungría, Rusia, China, Turquía, Arabia Saudita, Brasil, Venezuela... y también en Estados Unidos, donde se observa un deterioro en cuestiones tan importantes como el funcionamiento de la división de poderes, los ataques a la libertad de prensa o las presiones sobre la independencia judicial. Para Freedom House, los EE UU están hoy al nivel de países como Grecia, Belice o Mongolia (!).

La situación actual contrasta con la ola de libertad que vivió el mundo cuando desapareció la Unión Soviética. Entonces muchos países abrazaron con entusiasmo las formas democráticas y desgraciadamente 30 años más tarde se constata que algunos no han sido capaces de conservar las libertades que entonces consiguieron. Los sociólogos Anna Lührmann y Steffan I. Lindbergh afirman que desde 1994 hemos tenido una ola creciente de autoritarismo (ellos dicen "autocratización") que ha afectado a nada menos que 75 países desde Filipinas hasta Brasil y desde Myanmar a Turquía. Las causas son variadas y tienen que ver con la globalización y las desigualdades que ha generado, con la crisis económica de los últimos años y con la incertidumbre ante un futuro preñado de cambios que hace que algunos busquen refugio en ideas simplistas que los animan a cambiarlo todo o a refugiarse tras los muros del nacionalismo insolidario. Es una equivocación porque está demostrado que los dirigentes que llegan al poder a lomos del populismo tienden luego a concentrar el poder en sus manos, terminar con el sistema democrático de contrapesos entre los poderes del Estado y aplastar la disidencia. Hay abundantes ejemplos y el más cercano lo tenemos en Cataluña.

Hay también otras razones como la incapacidad de los estados de cumplir con su parte del contrato social por el que se nos exige obediencia e impuestos a cambio de darnos seguridad y trabajo... algo que ya no están en condiciones de garantizarnos, o en su manifiesta incompetencia para responder por sí solos a amenazas globales como el cambio climático, el terrorismo y las migraciones masivas.

Todas estas razones se combinan con otras cuestiones como escándalos de corrupción o el distanciamiento de los partidos políticos del sentir de la calle, y todo eso contribuye a enfriar el entusiasmo democrático de muchos y a buscar soluciones fuera de los parlamentos, que es donde se deben buscar y que para eso existen. Ese error inicial junto con el aumento de líderes autoritarios que ningunean a sus parlamentos en un mundo digital donde las redes sociales permiten a gentes dispersas comunicarse con inmediatez, explica las numerosas manifestaciones de protesta que tienen lugar en estos momentos en países con deficiencias democráticas. En Hong-Kong se comenzó protestando contra un proyecto de ley para autorizar las extradiciones a la China continental y se ha pasado luego a hacerlo contra el progresivo recorte de libertades en la excolonia. En Argelia millares de manifestantes exigen todos los viernes, al salir de las mezquitas, un cambio de régimen real y no solo la renuncia del presidente Bouteflika. En Sudán, las masas han logrado la caída del sanguinario dictador Omar al-Bachir y ahora parece que van a conseguir que los militares entreguen el poder a un gobierno formado por civiles. En Chequia, los manifestantes piden la dimisión del primer ministro, acusado de corrupción y de mangonear en la Justicia para evitar ser imputado. En Venezuela, Nicolás Maduro ha borrado la división de poderes al poner a sus afines en el Legislativo y en el Judicial mientras el pueblo se muere de hambre y por eso, mientras unos salen a las calles en protestas masivas, otros tres millones de venezolanos han votado con los pies huyendo a países vecinos. En Turquía, en Kazajstán, en Irán, en Polonia... la lista de descontentos es muy amplia.

Estas manifestaciones no siempre consiguen lo que pretenden porque su misma raíz popular y dispersa y su convocatoria por redes sociales las hacen frágiles al carecer de líderes claros y de estructuras sólidas en la retaguardia, de forma que lo fácil es sacar a la gente a la calle, pero resulta luego difícil construir algo sólido sobre esa débil plataforma, como bien sabe Podemos sin ir más lejos. Y todavía más cuando sus objetivos se enfrentan a líderes autoritarios o que llevan camino de serlo y que son conscientes de esa debilidad estructural.

En España tenemos muchos problemas de desigualdades, de separatistas, de corrupción, de políticos que estos mismos días ponen sus estrechos intereses partidistas por encima de los nacionales y otros más. Muchos más. Pero somos una de las únicas 20 democracias plenas que hay en el mundo y ese es motivo más que suficiente para estar orgullosos y luchar por mantener lo que con tanto esfuerzo hemos logrado... empezando por ser capaces de formar un gobierno que gobierne. Porque la democracia necesita demócratas con sentido de Estado que cuando llega el momento sean capaces de dejar de lado sus intereses partidistas en beneficio del conjunto de los ciudadanos.

Jorge Dezcallar. Embajador de España

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