Por casualidad encuentro en una pequeña terraza donde ríen, chismorrean y beben café un grupo de tres periodistas que con una generosidad algo irónica me invitan a sentarme. Las compañeras están entretenidas con una quiniela de los próximos consejeros, coinciden en que el puzle es más complejo de lo que parece, por las distintas familias, ambiciones y cuotas que deben respetarse en el PSOE. Todas aseguran que en el sector gubernamental socialista "habrá tres mujeres como mucho". De ahí se salta a una comparativa con gobiernos anteriores y, no sé muy bien cómo, la deriva de la conversación se dirige a una historia individual y coral asombrosa.

Las tres periodistas fueron acosadas años atrás por el mismo político, un político ya retirado pero en su día poderoso e influyente, y a veces el acoso, con largas pausas, se prolongó durante mucho tiempo. "Yo fui a entrevistarlo a su despacho", cuenta una de las compañeras, "y antes de poder sentarme me empujó contra la pared, y se me abalanzó encima". "Pero€ ¿no gritaste?". "No podía gritar. No tenía aire en el pecho. Empecé a darle puñetazos y patadas, pero no cedía. Recuerdo muy bien su aliento, su aliento asqueroso, recuerdo que me decía que no me resistiera, que sabía lo que iba a pasar, recuerdo que utilizaba la manga de un abrigo que colgaba de una percha, ahí al lado, para taparme la boca€ Al final le di un empujón con todas mis fuerzas, cayó la percha al suelo y pude salir corriendo€". Por supuesto, no denunció nada. "Yo era muy jovencita. Sentí vergüenza y sentí miedo de que no me creyeran. ¿Cómo iban a creer a una mocosa como yo y no a un tío tan importante?".

"Me ocurrió lo mismo, ya te lo he contado", dijo otra bebiendo el café. "Pero en mi caso se presentó en mi apartamento, colega. Era evidente que se había bebido dos o tres whiskys. Porque apestaba a whisky. Yo fui tan gilipollas que lo dejé pasar, porque parecía muy afectado por algo. Se sentó en mi sofá y comenzó a explicarme, el bicharraco de mierda, que sentía algo muy especial por mí€ Entonces, había pasado apenas un minuto, se me tiró encima. Yo sí que empecé a gritar todo lo fuerte que pude, lo mordí, lo arañé€ Estaba aterrorizada. Al final me llamó hijaputa y se marchó dando un portazo€ Pasé semanas sin dormir bien". "También ustedes ya saben lo mío", repuso la tercera. "Ramos de flores, cajas de bombones, llamadas a las tantas, pegársete como un pulpo cuando coincides en el Binter€ Es asqueroso€ Y pasan los años y el tipo asqueroso ese te sigue dedicando una sonrisa vomitiva cuando te ve en cualquier sitio".

La reunión había terminado. Se había pasado de las risas y el café a la tristeza y un ligero asco. Durante un instante el sol pareció hacerse ceniza y las miradas se quedaron vacías. Pero se rearmaron enseguida, como siempre, porque bien sé que son indestructibles. Me quedé solo en el café, pensando en ese miserable tranquilo, en su ambición y sus corifeos, en su engreimiento y su miseria moral, en sus canallescas mentiras públicas y en sus sórdidas verdades privadas. Aún caracolea por ahí, caballero de fina estampa, caballero todavía babeando, sin consecuencias ayer no hoy, sobre lo único que tiene grande, su impunidad.