La Provincia - Diario de Las Palmas

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TROPEZONES

"Devastación Ediciones"

Cuando en el año 2011 cerró sus puertas el icónico restaurante El Bulli, tras varios años en la cima de la gastronomía mundial, al público en general le costó comprender que un templo de la innovación culinaria, con un cubierto de 240?, bebidas aparte, y reservas con casi años de antelación, adoptara tan drástica decisión. El alma del establecimiento, el cocinero estrella Ferrán Adriá, procedió a aclararlo. Ni el restaurante era una mina de oro ni a él le interesaba tampoco que lo fuera. Para ello le hubiera bastado subir el cubierto a 1.000?, sin perder ni uno solo de sus potenciales clientes. Sus renovados e ilusionantes proyectos gastronómicos eran fieles a lo que movilizaba y daba razón de ser a toda su vida: su pasión por la cocina.

Y viene a cuento este preámbulo porque quiero romper una lanza por un amigo de la infancia, economista de carrera, y cuya gran pasión ha sido desde siempre la lectura, aunque sus incursiones en el mundo editorial no tuvieran el mismo premio que nuestro cocinero mayor del reino en el ámbito de la alta gastronomía.

A pesar de sus conocimientos de economía, que le hubieran conminado cuando menos a un somero estudio de mercado, y pese a sus muchos amigos, entre ellos algún curtido editor, que le aconsejamos no se embarcara en lo que por aquellos años 80-90 era ya una selva traicionera, mi arrojado amigo se zambulló en una ilusionante aventura empresarial. Tras fundar una sociedad limitada, montó su editorial: "Civilización Ediciones", y no perdió ni un día en seleccionar algunos de los libros que su omnívoro apetito había paladeado con fruición. Y cometió el primer error de un editor novel: suponer que, como el proverbial ladrón, todos los lectores son de su misma condición y enganchados por ello al mismo afán de leer. La segunda equivocación fue por supuesto un menú temático heterogéneo, en lugar de concentrar las propuestas, centrándose en un determinado segmento de lectores, captando su interés por las obras iniciales para terminar consiguiendo cierto grado de fidelización en los sucesivos títulos. El tercer error de cálculo estribaba en la estructura de las imprentas por esos años, en que la edición mínima no bajaba de los 1.000 ejemplares, pues imprimir 200 costaba prácticamente lo mismo, lo que obligaba al editor a disponer de un pequeño almacén, además de la imprescindible oficina.

Seré breve en la crónica de la hecatombe. Al margen de un primer título de encargo por parte de una sociedad de homeopatía, sobre el tratamiento de los dolores de espalda, cuya tirada sí alcanzó los 1.000 ejemplares, las demás apuestas tuvieron escaso premio. Un libro sobre la economía comunista. Otro sobre la figura del emperador medieval Federico II, personaje absolutamente fascinante, sobre todo para mi amigo. El siguiente sobre el Japón moderno. Y así hasta cinco títulos, con una producción editorial total de más de 5.000 unidades. De las que en resumidas cuentas no se consiguió vender más allá de 300, teniendo que liquidarse al peso la montaña de papel sobrante. Recuperando tan sólo una peseta por cada cuarto de kg de libro sin vender, pero cuyo p.v.p., no bajaba de las 1.500 pesetas, queda bien patente que la pasión por la lectura de mi amigo le hizo pagar bien caro su peaje de editor novato.

Por sacar una moraleja a esta fábula, permítanme parafrasear a Oscar Wilde: "Nada es necesariamente viable sólo porque alguien esté dispuesto a morir por ello".

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